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Actualizado: 23 de junio de 2025
En general, el amor es eso, sobre todo en las personas muy jóvenes, que no tienen preocupaciones espirituales; un instinto más cercano a la crueldad y al odio que al afecto tranquilo. El sol brillaba en las calles desiertas, el cielo estaba azul, el mar, tranquilo. ¿Qué hacer? El mundo entero me parecía inútil.
Y tú, rendida al ruego, y al instinto que en el hombre engendró quien le ha creado, beso por beso, loca me volviste, buscando, al esconderte entre mis brazos, oprimiéndome á un tiempo con los tuyos, tu cabeza en mi pecho sepultando, camino de llegar hasta mi alma para buscar en ella tu retrato, ó el fuego de la llama abrasadora del amor y el placer ¡crímenes santos!
Porque allí veía al artista tal como era, no como tenía que fingir que era. Por un instinto de buen gusto, de que él no podía darse cuenta, lo que aborrecía en las representaciones públicas era la mala escuela de declamación, la falsedad de actitudes, trajes, gestos, etc., etc., de los cómicos que iban por aquel pobre teatro de provincia.
La ex florista, aunque de inteligencia limitadísima y de cultura más limitada aún, tenía suficiente instinto para remachar los clavos de esta esclavitud. Con su genio arisco y desigual, aumentaba el fuego de la sensualidad en aquel viejo lúbrico.
Recordó que en Madrid dos estudiantes le habían escrito cartas a que ella no contestaba. Era su única aventura, después de la vergüenza de la barca de Trébol. El santo decía que los niños son por instinto malos, que su perversión innata hace gozar y reír a los que los aman; pero sus gracias son defectos; el egoísmo, la ira, la vanidad los impulsan. «Es verdad, es verdad» pensaba ella arrepentida.
Los que comprendan algo, aunque no sea sino por instinto, por barrunto siquiera, acerca de lo que es genio y de lo que es chispa, podrán explicarse el por qué no me gusta esa estátua que estoy viendo. Digo de esa estátua lo que antes dije del subterráneo.
Pensó que Can Mallorquí estaba muy cerca, y tal vez Margalida, trémula y pegada a un ventanuco, escuchaba estos aullidos frente a la torre, donde estaba un hombre medroso oyéndolos también, pero encerrado como si fuese sordo. No; no más. Arrojó esta vez definitivamente el libro sobre la mesa, y luego, por instinto, sin saber ciertamente lo que hacía, sopló la llama de la vela.
El instinto de la vida, porque lo contrario era su muerte, le dio alientos para asomar los ojos al abismo y medir con la mirada su verdadera profundidad.
El instinto de conservación, siempre despierto, le soplaba al oído que bien podía esperarse un poco, que la tía, por ejemplo, ensayara el gran recurso que decía: reconquistado el pagaré, lo demás era cosa de poca monta; a Rocchio y comparsa se les pagaría o no, según las circunstancias, y por eso no había de dejar de ser él tan caballero y tan decente como el que más.
Si los brutos objetivan las sensaciones, como es muy probable, el instinto suplirá en ellos el juicio; ó se hallarán en el mismo caso que el hombre antes del uso de las facultades intelectuales.
Palabra del Dia
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