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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Ya sabía de quién hablaba su madre; de Remedios, la hija del más rico de la ciudad, un rústico de suerte loca que inundaba de naranja los mercados de Inglaterra, ganando por instinto, a despecho de todas las combinaciones comerciales.

Había perdido el instinto de la conservación en aquel mundo de incendios y de fuerzas ensordecedoras. Sentía caprichos de niño, una tendencia á acariciar aquellos bloques tan refulgentes, tan bonitos, con su blancura sonrosada, que podían comerse su mano con sólo el roce.

El instinto de desarrollo le impulsaba incesantemente a los ejercicios corporales, y a ensayar y aprender actos de trabajosa energía. Subir a las mayores alturas que pudiera, trepar por una pilastra, hacer cabriolas, cargar pesos, arrastrar muebles, verter y distribuir agua, jugar con fuego y si podía con pólvora, eran los divertimientos que más le encantaban.

Tenía miedo; veía su virtud y su casa bloqueadas, y acababa de ver al enemigo asomar por una brecha. Si la proximidad del crimen había despertado el instinto de la inveterada honradez, la proximidad del amor había dejado un perfume en el alma de la Regenta que empezaba a infestarse. «¡Qué fácil era el crimen! Aquella puerta... la noche... la obscuridad.... Todo se volvía cómplice.

Desarrollo de esta observacion. Su mayor fuerza contra la filosofía del yo. El misterio de la Trinidad. Platon. Intuicion del yo. Principio de ser y de conocer. CAPÍTULO IX. Continúa el exámen del sistema de la identidad universal. Instinto intelectual en busca de la unidad. Qué es esta unidad. La unidad en la filosofía. La filosofía y la religion.

Son algo así como una esfera que rueda por un plano inclinado, sin tropiezo, sin dificultad alguna. ¿Es talento, es instinto o es suerte?

Tal vez por instinto, sin darse cuenta de ello, o al menos no dejándolo sentir ni recelar, se miraba y se complacía más en este que podemos llamar aseo moral y corpóreo, por lo mismo que se veía circundada de gente algo ruda y no muy limpia ni de cuerpo ni de alma, y como si tuviese el temor de contaminarse.

Parecían en el primer momento caprichosos y locos, errando á la ventura, pero en realidad herían al verdadero enemigo. Los desheredados, los infelices adivinaban con el instinto de la desesperación dónde estaba la causa de sus males. La sociedad tenía por base la moral cristiana, una moral que en tiempos remotos podía ser oportuna, pero que había fracasado al contacto de la vida moderna.

Y Fernandito, con resignada sonrisa, contestó: El vol-au-vent de codornices... Siempre se me indigesta. ¿Sabes? ¡Pues ya lo creo que lo , polaina!... Por eso tomo yo siempre vol-au-vent de sopa de ajo replicó Diógenes. Y cediendo a su instinto natural de desvergonzada capigorronería, añadió: Oye... ¿Y quién me lleva a luego en su coche, o Jacobo?

No te has vengado, por instinto de conservación, por miedo al presidio y a todos los castigos inventados por la sociedad; has tenido miedo, a pesar de tu indignación, y ese miedo lo truecas en crueldad para el ser más débil. Tu cólera sólo cae sobre la hija.... Vamos, Esteban; eso no es digno de un padre. El Vara de palo movía obstinadamente la cabeza. No me convencerás; no quiero oírte.

Palabra del Dia

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