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Actualizado: 23 de junio de 2025
El instinto de conservación de su error era tan grande, que este necesitaba muchos y muy fuertes golpes para someterse. Muñoz y Nones tomó su sombrero. «No se vaya usted, no dijo ella, temiendo quedarse sola con sus fieras dudas . Hábleme algo más. No estoy convencida, pero dudo. ¡Oh! Si me muriese hoy mismo, si me muriese antes que empezara a destruirse esta fe, ¡qué dichosa sería!
Aunque sea destrozando el corazón de otra... Qué importa... Es la lucha por la vida... Lucha horrible... Pero permitida. ¿Por qué, desgraciada?... Por el instinto de la dicha... ¿Es ésta, acaso, un monopolio de las jóvenes que tienen dote? ¿Somos tan felices?... Vuestra felicidad es insolente... ¡Ah! Francisca dije enternecida.
El instinto que impele a los amotinados a ponerse a las órdenes de alguien, aconsejó a las operarias del taller de cigarrillos arrimarse a Amparo buscando el calor de su tribunicia frase. Halláronse chasqueadas: Amparo no dio fuego.
Así lo pensaba yo al verme cogido y sujeto en tierra y al oírles animarse con risas espantosas á tirar del rodillo para triturarme... No tenía más que dejarlos hacer y, según mis deseos, estaba libre de la vida... Pero no sé qué instinto de conservación me sublevó contra el acto feroz de aquellos hombres y en un instante, en lugar de sufrir mi último suplicio, me defendí energéticamente.
¡Yo no quiero morir!... ¡No debo morir!... ¡Soy inocente! Siguió gritando su inocencia, sin dar otra prueba que el desesperado instinto de su conservación. Con la credulidad del que desea salvarse, aceptó todos los consuelos problemáticos de su defensor. Quedaba el recurso de apelar á la gracia del presidente de la República: tal vez la indultase... Y firmó esta apelación con repentina esperanza.
¿Qué quieres? ¿qué ocurre? preguntó el marido con extrañeza. ¿Querer?... Bien se lo decían aquellos ojos agrandados por el lápiz de tocador, en los que el instinto femenil ponía el fuego que no lograba dar la pasión: los pasos felinos, de gata enardecida, con que se aproximaba entre el susurro acariciador de sus ropas interiores.
Y no bastaban a tranquilizarle las seguridades que le daban sus compañeros, fundándose en el instinto y la firmeza de las cabalgaduras.... ¡No era mucho, a la verdad, semejante garantía, única con que, de tejas abajo, contaban en ciertos pasos peligrosos!
Mas ahora lo que oía era un grito de desolación, una amenaza: «Vente, vente. La muerte es muy triste; pero la vida es más triste todavía.» Concluyamos dijo levantando la cabeza. Avanzó el cuerpo; extendió los brazos. En aquel momento pensó que el instinto de conservación le haría nadar seguramente, y se detuvo. Miró a todas partes buscando algún peso.
La anarquía que nosotros queremos establecer existe ya en las costumbres, pero todavía no es más que una anarquía en el sentido que vosotros la dais, es decir, el desconocimiento y la lesión de las leyes. Lo que se necesita en vez de aquello, es una anarquía que se conforme a las leyes naturales, la uniformación consciente del instinto vital: fuera de eso no hay nada.»
Parecía que ellas se dirigían también al Norte, siguiendo a los náufragos. El capitán comenzaba a estar inquieto. Sentía por instinto que debían de ser barcas tripuladas por peligrosos isleños.
Palabra del Dia
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