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Actualizado: 24 de julio de 2025
Al cabo se acercó por detrás á su querida y, tomándole el rostro entre las manos, le dijo inclinándose: No hablemos más de eso. Seamos felices. Hace ya algún tiempo que me tratas con mucha crueldad, ingrata. Mis caricias no logran despertar en tu corazón un movimiento de ternura ni en tus labios una sonrisa. Á medida que mi amor crece parece debilitarse el tuyo. Te encuentro muy fría.
Ni tres cominos, por trastuela, ingrata y mala cabeza. ¿Mala cabeza, y se ha casado? ¿Está usted seguro de eso? Pues sabe usted más que yo.
Pero lo que dio más juego fue cierto aparato de proyección o linterna mágica que uno de ellos compró para dar sesiones en la tertulia. En seguida malicié de lo que se trataba, y más viendo que el que mostraba las vistas era siempre distinto, sucediéndose en esta tarea, que debía ser la más ingrata, por riguroso turno.
Bien, ya te he dicho que como retrato, sería... ¿cómo te diría yo?... sería... un poco ingrata. Ya trataré de conquistarla. Tendrás méritos si lo consigues. Hasta la vista, pues. Hasta la vista, adiós.
Sorpresa, y sorpresa ingrata produjo, pues, verlo reaparecer en la escena donde era tan conocido y apreciado, con procederes mucho menos irreprochables.
Sólo os digo que tendré eternamente escrito en mi memoria el servicio que me habedes fecho, para agradecéroslo mientras la vida me durare; y pluguiera a los altos cielos que el amor no me tuviera tan rendido y tan sujeto a sus leyes, y los ojos de aquella hermosa ingrata que digo entre mis dientes; que los desta fermosa doncella fueran señores de mi libertad.
Pero tú, María, no atraes con tu dulce voz, para pagar con ingratitud; no: tú serás la sirena en la atracción, pero no en la perfidia. ¿No es verdad, María, que nunca serás ingrata?
SANCHO. ¡Bueno es venir a buscar Lo que en las mejillas tienes! ¿Son achaques o desdenes? ¡Albricias, ya los hallé! ELVIRA. ¿Dónde? SANCHO. En tu boca, a la he, Y con estremos de plata. ELVIRA. Desvíate. SANCHO. ¡Siempre ingrata A la lealtad de mi fe! ELVIRA. Sancho, estás muy atrevido. Dime tú: ¿qué más hicieras Si por ventura estuvieras En vísperas de marido? SANCHO. Eso, ¿cúya culpa ha sido?
Después de despedirse de doña Inés a las siete de la noche para volver a su casa, Juanita se encontró en la antesala con el señor don Alvaro, el cual vino hacia ella con suma galantería, y le dijo: Ingrata, cruel hechizo de mi vida, ¿por qué eres tan tonta y tan terca? Quiéreme y amánsate. No sabes lo que te pierdes con no quererme.
No, no tendría valor ni hoy ni mañana, ni nunca, ¿para qué engañarse a sí mismo? Mata el que se ciega, el que aborrece, él no estaba ciego, no aborrecía, estaba triste hasta la muerte, ahogándose entre lágrimas heladas; sentía la herida, comprendía todo lo ingrata que era ella, pero no la aborrecía, no quería, no podría matarla.
Palabra del Dia
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