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Actualizado: 30 de abril de 2025
El sueño traía impíos disparates, ideas que eran profanaciones, y se desechaban para atenerse a los pecados veniales con que brindaba la realidad ambiente. Miradas y sonrisas, si la distancia no consentía otra cosa, iban y venían enfilándose como podían en aquella selva espesa de cabezas humanas. Se tosía mucho y no todas las toses eran ingenuas.
Garmendia les sacaba fuera de quicio con sus observaciones, al parecer ingenuas, pero de doble fondo. El boticario decía, por ejemplo, que había conocido algún protestante o judío, buena persona, y añadía que era para él muy extraño y muy triste que un hombre que profesaba una religión falsa pudiera ser mejor que muchos católicos.
Así, me he dicho, he comenzado en una aurora dulce y brillante, y así voy a acabar como este día en las tristezas de una tarde nebulosa. A esta idea, me he representado, con extraordinario vigor, las sensaciones nuevas de mis primeros años; he rebuscado en mi memoria los jóvenes deseos, las esperanzas ingenuas de un alma virgen, y me he mecido en estos recuerdos.
Hasta los más humildes tenían en aquel momento un poco de fuego y de cariño. De los interiores iluminados salían hálitos suaves de serena felicidad, y en el aire flotaban, como surgidas del fondo de los tiempos antañones, las melodías ingenuas de los villancicos pascuales. Por las calles, algunos perros vagabundos y nosotros.
Ruidos, carcajadas, estrépito de libros cerrados de golpe, las mil y mil voces, francas y alegres, de la dichosa libertad infantil. El anciano retrocedió colérico. Abrió la puerta; por ella se precipitó desbordado, recordándome felices años, un torrente de ingenuas carcajadas.
El abate Julio, en quien el autor retrató á cierto tío suyo clérigo, es hombre sencillo, indulgente, lleno de compasión hacia la humanidad y que olvida los latinajos de ritual junto al lecho de los moribundos; sus labios piadosos balbucean frases profanas, ingenuas, de un lirismo místico infinitamente dulce. «¡Pobre niña dice, que te vas al día siguiente de llegar!
Una de aquellas noches de los dúos forzosamente castos, con reservas mentales, abrió ella la puerta, pasó él, y sentados en el sofá lo más cerca que permitían el pudor y el respeto, comenzaron la cantata mil y tantos diciéndose esas eternas frases juntamente dulzonas, picarescas, inocentes, maliciosas, arteras, ingenuas, sinceras y mentidas, muchas veces estúpidas, pero siempre gratas, con que se entretienen y engañan los amantes mientras se prepara la catástrofe del drama a que la Providencia les tiene predestinados.
Con su padre tenía toda la sinceridad posible; mas esos misteriosos deseos, esas dudas ingenuas que la mujer reserva para dichas en voz baja al elegido de su corazón, no salieron de sus labios. Las frases galantes y las lisonjas la infundían una previsión desasosegada, un terror vago que la impedía mostrarse complacida: era semejante a un pájaro que tuviese miedo a la red.
En una mesa, cuyo mármol está ya azulenco, trazó sus estupendas, impresionantes y abrumadoras farsas novelescas aquel Ortega y Frías que ha sido el educador sentimental y el enloquecedor de las fantasías de tantas ingenuas y sensitivas muchachitas, y cuyos imprevistos episodios de maravilla han puesto en estas pobres vidas vulgares un poco de oro de leyenda.
Felices divagaciones habían ocupado su mente; pensando en los juveniles años de su amada, en las ingenuas esperanzas que la habían sonreído, en la alborada radiosa de aquella vida benéfica, había llorado lágrimas gratas. Pero en otra parte lo esperaba el llanto tempestuoso.
Palabra del Dia
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