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Actualizado: 20 de junio de 2025
Haz lo que quieras; pero antes consulta con tu conciencia». Esta me acusaba de ingrato. La conciencia quedaría tranquila y callaría. La firmeza de mis propósitos y mi conducta futura lograrían dejarla satisfecha. Linilla no sabría nunca que su Rodolfo le había sido infiel. Me asaltó entonces horrible presentimiento. Las señoritas Castro Pérez estaban en San Sebastián.... ¡Eran tan indiscretas!
Con el acatamiento que requeria su posicion, la hizo sabedora de la órden de la reina Católica, intimándola á que volviese á su aposento, mas la archiduquesa no se hallaba ya en el caso de guardar consideraciones de ningun género, asi es que no contestó una palabra; en el calor de su vehemente pasion no encontraba mas que misterios, agentes secretos de su rival y de su infiel esposo, que no tenian otro entretenimiento que retardar su partida.
Nicanora salió a la puerta: «Hoy está atroz... Si yo cogiera al lipendi que le convidó a magras...». ¡Venga usted acá, dama infiel! le dijo el frenético esposo, cogiéndola por un brazo. Hay que advertir que ni en lo más fuerte del acceso era brutal.
Hasta ha habido instantes de obcecación, en que la he culpado, en que la he tildado de inconsecuente, de falsa, de perjura, de infiel.... ¡Cielos santos! ¡Qué frenesí fue el mío! Ella no me prometió nada; ella no se ligó conmigo por lazo alguno. Ella me amaba antes como ahora me ama. No, no ha habido mudanza en ella.
Me es infiel la memoria y no puedo decir precisamente quién me contó la historia. Sólo recuerdo y con dolor lo digo pues sé que era un amigo, que el que la referia, que puedo asegurar era hombre honrado, ó al ménos todo el mundo lo decia, comentando el dolor del engañado, me lo mostró en la calle, y se reia. AYER, HOY Y MA
En vista de estas y de otras reflexiones, y de no pocos indicios y pruebas que vinieron después, el pobre Mutileder tuvo al fin que abrir los ojos, y que reconocer que Echeloría se había dejado querer, y hasta que pagaba a Salomón su cariño, queriéndole y siendo infiel y perjura a su Mutileder y a los juramentos hechos en Aratispi y en Churriana.
Desde la noche del suceso, huía de encontrarse a solas con ella. Era bien fácil, porque Cecilia tampoco tenía deseo alguno de cruzar la palabra con la infiel. Gonzalo, enteramente seguro ya de ella, gozaba de esta seguridad con deleite. Entre los esposos había habido con tal motivo una recrudescencia de cariño. Ventura le había exigido que nunca más volvería a dormir fuera de casa.
Tan horrible pensamiento la inclinará a ser infiel o la arrastrará a la locura. Esto, con adornos y variantes, era lo que decía doña Inés casi de diario a su amiga y acompañante, sentando premisas, pero sin sacar por lo pronto consecuencia alguna.
Leyóla y no la rompió; Mas miento, que fué rompella Leella y no hacer por ella Lo que su Rey le mandó. En una tabla su ley Escribió Dios: ¿no es quebrar La tabla el no la guardar? Así el mandato del rey. Porque para que se crea Que es infiel, se entiende así. Que lo que se rompe allí, Basta que el respeto sea.
LEONOR. No, no tengo nada ... mas temo vuestro furor. ¿Quién dijo, Manrique, quién, que yo olvidarte pudiera infiel, y tu amor vendiera, tu amor, que es sólo mi bien! ¿Mis lágrimas no bastaron a arrancar de tu razón esa funesta ilusión? MANRIQUE. Harto tiempo me engañaron. Demasiado te creí mientras tierna me halagabas y pérfida me engañabas. ¡Qué necio, qué necio fui!
Palabra del Dia
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