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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Estaban cerca de la puerta, cuando Aresti se detuvo para protestar de nuevo contra su tierra. Además, me indignaba la tristeza de este país. Cuando Bilbao era una villa comercial y de obscura vida, tengo la certeza de que la gente se divertía mejor. Ahora, con la riqueza, es un convento. En el mundo todos se alegran cuando la fortuna les entra por las puertas.
A fuerza de titularse «Madame Ojeda» había olvidado su verdadera situación, y se indignaba, con todo el fervor que inspira el derecho de propiedad, sólo al pensar que alguna mujer pudiera arrebatarle «su marido».
No tengo fuerzas para arrostrar el odio de una madre. Rafael se indignaba. Entonces di que no me amas. Te has cansado de mí. Quieres levantar las alas; te impulsa la locura de otros tiempos; deseas volar de nuevo locamente por tu mundo. La artista fijaba en él sus grandes ojos empañados por las lágrimas. Su mirada era de ternura y de lástima.
¡Ah, el populacho! ¡Con qué asco hablaba Urquiola de la masa sin voluntad que se dejaba arrastrar por falsos sabios, de pretendida ciencia! Se indignaba pensando en la ceguera de aquel rebaño, que en los conflictos de la miseria se revolvía contra los sacerdotes y especialmente contra los jesuítas.
Y el viejo se indignaba de veras, como libertino rústico y ducho que adoptaba toda clase de precauciones para no comprometerse en sus debilidades con la chiquillería de los almacenes de naranja. Sentía furor y tal vez envidia al ver aquella pareja sin miedo a la murmuración, inconsciente ante el peligro, burlándose de toda prudencia, ostentando su pasión con la insolencia de la dicha.
Y Tocino se indignaba, olvidando los dolores.
Tal vez esperaba la muerte como una liberación, aquella muerte cuya proximidad adivinaba al trabajar en el escandaloso edificio objeto de sus cóleras. Morir era una solución para aquel hombre sencillo, que se indignaba contra un mundo apartado de los sanos principios y contra la mala suerte que convertía en aprendices del crimen a los hijos de los servidores de la ley.
Acometía al trapo rojo, siguiéndolo por algunos instantes, pero de pronto daba un bufido de extrañeza y volvía su cuarto trasero, huyendo en distinta dirección con violentos saltos. Su ágil movilidad para la fuga indignaba al público. Eso no es toro... ¡es una mona!
Hacía tiempo que había fijado su atención en la hija de un amigo suyo. En la casa se notaba la falta de una mujer. Su esposa había muerto poco después de retirarse él de los negocios, y el viejo Brull se indignaba ante el descuido y falta de interés de las criadas.
El fondo de su carácter era la tolerancia, la compasión para todos los defectos, pero se indignaba contra los que pretendían ocultarlos. Todos son hombres, Gabriel decía a su sobrino, hablando de los señores de la catedral . Don Sebastián es hombre también. Todos pecadores, y con mucho que responder ante Dios. No pueden ser de otra manera, y yo los excuso.
Palabra del Dia
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