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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Y doña Cristina se indignaba al decir esto. ¡Qué había de ser ella! Tan buena, la pobrecita; tan religiosa; una alma pura de ángel... A eso conduce vuestra moral añadió con dureza. A hacer infeliz á una pobre criatura, buena como una santa.

Censuraba mis cobardías, se indignaba de mis desfallecimientos y me reprochaba las invectivas que me complacía en prodigarme, porque afirmaba que en ellas veía las inquietudes de un espíritu mal equilibrado y más perplejo que equitativo.

Tenían para vivir, y se rendirían antes que ellos los que necesitaban el jornal para no morirse de hambre. El cura don Facundo se indignaba, no como contratista, sino como pastor del rebaño rebelde. No había religión, cada vez se entibiaba más la fe, y así andaba todo de perdido. La propaganda diabólica de los obreros de Bilbao había llegado hasta la gente sencilla y sufrida de la montaña.

Creyendo en una vida futura, los desgraciados aún tenían el falso consuelo de la felicidad después de la muerte. Pero la religión era mentira, y no, existiendo más vida que la presente. Luna se indignaba contra la injusticia social, que condena a la miseria a muchos millones de seres para la felicidad de unos miles de privilegiados.

Cuando se le hablaba de los supuestos cohechos del Provisor, de su tiranía, de su comercio sórdido, se indignaba el anciano y negaba en redondo hasta los casos de simonía más probables.

Además contaba con un «padrino», un viejo protector, antiguo magistrado, que sentía debilidad por la guapeza de los toreros jóvenes, y cuyo trato indignaba a la señora Angustias, haciéndole soltar las más obscenas expresiones aprendidas en sus tiempos de la Fábrica de Tabacos. El Zapaterín lucía ternos de lana inglesa bien ajustados a la esbeltez de su cuerpo, y su sombrero era siempre flamante.

Pero la atormentaban el recuerdo del pasado del marqués y el atolondramiento que mostraban sus hijas al hallarse en presencia de los jóvenes; sus voces y gestos desgarrados, que eran como un eco de lo que habían oído en la casa paterna. A la noble señora le indignaba todo lo que pudiese alterar la armonía majestuosa de su existencia y de su salón.

Protesté contra la murmuración villaverdina de la cual era yo víctima hacía tantos días; declaré que me indignaba oír tantas mentiras como repetían las gentes, y supliqué a las niñas que no dieran oídos a tales dichos.

Y mientras atravesaban el Mercado con pasos tímidos, resbalando en el barro pegajoso que cubría las losas, el joven oía a Tónica con la falsa atención del cómico en la escena, que finge escuchar mientras piensa en lo que va a decir. Juanito se indignaba sin saber por qué. ¡Qué manera de explotar aquellas señoras a la pobre Tónica! ¡Era insufrible!

Pensaba haber dado de improviso en la charca de sus pesadillas, y que aquel empecatado matrimonio se deleitaba en zambullirla en lo más hediondo de ella. Y era de admirar que el caso, con tanto como le dolía, no la indignaba contra nadie. ¿Por qué echar la culpa a quien no la tenía? La culpa estaba en ella, en ella sola, y el peso de esa culpa era lo que la turbaba y remordía.

Palabra del Dia

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