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Actualizado: 11 de junio de 2025


Febrer casi se durmió arrullado por estos gritos de amenaza. Había colocado tras la puerta la misma barricada de la noche anterior. Mientras sonasen los gritos tenía la certeza de que ningún peligro le amenazaba. De pronto, se incorporó, repeliendo ese sopor que precede al sueño. Ya no sonaban aullidos.

Antes que él pudiera decir algo, Isidora prosiguió de este modo: «Me fastidia usted con su preguntar, con su entremeterse en todo, con sus cuidados tontos...». Cada palabra era como un golpe de maza en el bondadoso corazón de Relimpio, el cual, a punto de romper a llorar, se incorporó en el macizo lecho y habló así: «Hija mía, yo te quiero más que a las niñas de mis ojos.

Dimos vuelta a la esquina de la casa, y, por una escalera que había a un lado, subimos al piso principal. El capitán se hallaba en un sillón, envuelto en un capote azul, viejo y raído, con los ojos cerrados. Al oír mis pasos se incorporó y murmuró con voz apagada: Mary, trae una silla. Cogí yo la silla y me senté. ¿Qué podía querer aquel hombre de ? ¿Qué relación podía haber entre nosotros dos?

Al cuarto quiso hacer lo mismo, se incorporó con violencia para que le vistieran, pero volvió a caer al instante sobre las almohadas para no levantarse más. Por la noche entregó el alma a Dios aquel bravo y pundonoroso soldado. ¡Pobre padre! El conde no podía recordar aquella escena, que había quedado profundamente grabada en su cerebro, sin que las lágrimas se le agolparan a los ojos.

No había transcurrido una hora, cuando Juan despertó intranquilo, rompiendo a hablar de una manera algo descompuesta. Creyó Jacinta que deliraba, y se incorporó en su cama; mas no era delirio, sino inquietud con algo de impertinencia. Procuró calmarle con palabras cariñosas; pero él no se daba a partido. «¿Quieres que llame?». «No; es tarde, y no quiero alarmar... Es que estoy nervioso.

¡Siempre solito, siempre pensando!... Tal vez está usted haciendo algunos versos lindos. Fernando se incorporó a impulsos de la sorpresa más aún que de la cortesía. Era Nélida la que le hablaba. Lo primero que alcanzó a ver fue su boca, de un rosa húmedo, con los dientes agudos, luminosos; la boca de tigresa admirada por Isidro, que le sonreía cual si pretendiese atraerlo.

Oyó risas, cuchicheos, jarana alegre, impropia del lugar y la ocasión. Se volvió y se incorporó confuso. Tenía delante una pareja hechicera, iluminada por el sol que ya ascendía aproximándose a la mitad del cielo.

El tiempo corría sin interrumpirlas. De abajo no llegaba noticia alguna. A eso de las diez reconoció Julián que sus rodillas hormigueaban con insufrible hormigueo, que se apoderaba de sus miembros dolorosa lasitud, que se le desvanecía la cabeza. Hizo un esfuerzo y se incorporó tambaleándose. Una persona entró.

Terminaron los gozos. Con la última estrofa desapareció la cerril cantante, y la enferma se incorporó trabajosamente, poniéndose en pie tras varias tentativas dolorosas.

La moribunda se incorporó entonces, desgreñada, medio desnuda, con los hombros de esqueleto descubiertos, y sus ojos despedían llamas mientras sus labios, contraídos, se retorcían en una mueca espantosa. Elena retrocedió instintivamente. Dígale usted que deje a esa mujer agonizar en paz murmuró Luciana a mi oído. Hace mal en atormentarla así. Yo también pensaba que Elena hacía mal.

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