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Es indudable que han entrado aquí las ideas filosóficas, ateas y masónicas, según las cuales ya se acabó el honor y la grandeza, lo noble y lo justo, para que no haya más que pillería, liberalismo, libertad de la imprenta, igualdad y demás corruptelas... Lo dicho, dicho.

Las novelas que publicó en La Prensa las iba haciendo diariamente en la misma imprenta, entre el ruido ensordecedor de las máquinas. Aurora Dupin gozaba de parecida facilidad. Trabajaba de un tirón ocho horas diarias, con la condición ineludible de que había de ser por la noche.

En la casa de la calle de Botoneras penetró al fin la escasez, con su cortejo de tristezas, como antes había penetrado en la pobre imprenta de los barrios bajos; pero si Millán sabía un oficio, Pepe carecía de conocimiento alguno que pudiera serle útil contra el infortunio. Entonces se pensó en buscar para él una colocación o destino.

«Pues lo primero que tienen ustedes que hacer indicó la Pacheco , es poner una escuela a esos dos tagarotes y a la berganta de su niña pequeña». No los mando, porque me da vergüenza de que salgan a la calle con tanto pingajo. No importa. Además, esta amiguita y yo daremos a ustedes alguna ropa para los muchachos. Y el mayor, ¿gana algo? Me gana cinco reales en una imprenta.

A veces iba por la tarde a hacerle compañía a la imprenta; al anochecer solía buscarle para pasear juntos, y si le encontraba en la calle, cuanto más derrotado y pobre de ropa le veía, mayor afecto le mostraba, cuidando de no darle ni aun aquellas bromas que, si antes le parecían lícitas, ahora se le antojaban ofensivas. Dentro de aquel año les igualó la desgracia.

Ambos tuvieron que abandonar la carrera apenas empezada. El infortunio se cebó en sus hogares de modo parecido, y aquella amistad de niños, fundada en juegos y paseos, fue lazo que vino a estrechar la desgracia. El padre de Millán tenía en los barrios bajos una modesta imprenta donde, por hacer favor a un amigo, tiró varios números de cierto periódico clandestino.

¡Dios nos tenga en su mano! exclamé yo . Y ahora se susurra que nos van a dar lo que llaman <i>libertad de la imprenta</i>, que consiste en permitir a cada uno escribir todas las maldades que quiera. Y luego hablan de vencer al francés. Los excesos de nuestros políticos dijo Ostolaza excederán con mucho a los de la revolución francesa. Acuérdese usted de lo que le digo.

Madrid, imprenta de Tomás Minuesa, 1893. En 8.º, con CLXXIII-94 páginas, 3 pesetas. XI. Tres tratados de América 1.º Relación histórica, política y moral de la ciudad de Cuenca, población y hermosura de su provincia, por el Dr. D. Joaquín de Merisalde y Santisteban.

Una tarde, al regresar Pepe de la imprenta, la encajera del portal le dijo que la señá Manuela y la señorita acababan de subir. Pero, ¿han salido las dos? ¡Anda! a media tarde ¡si paece que andan too el día pingando!

Era la leyenda gloriosa de la Iglesia eternizada por la aguja antes de que pudiese hacerlo la imprenta. Gabriel volvía todas las tardes al claustro alto aburrido por este paseo a lo largo de la catedral.