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Actualizado: 10 de junio de 2025
Araceli me dijo con mucha sequedad es usted impertinente. ¿Acaso es usted hermano, esposo o cortejo de la persona ofendida? Lo mismo que si lo fuera repuse, obligándole a detenerse en su marcha febril. ¿Qué sentimiento le impulsa a usted a meterse en lo que no le importa? Quijotismo, puro quijotismo.
Acudió maese Nicolás a rogarle lo mesmo, y Sancho también; lo cual visto del cura, y entendiendo que a todos daría gusto y él le recibiría, dijo: -Pues así es, esténme todos atentos, que la novela comienza desta manera: Capítulo XXXIII. Donde se cuenta la novela del Curioso impertinente
Durante la nueva convalecencia no fue impertinente. No se quejaba; todo estaba bien; no se permitía excesos. En el círculo aristocrático de Vetusta, a que pertenecían naturalmente las señoritas de Ozores, no se hablaba más que de la abnegación de estas santas mujeres.
¡Sí, recuperarlo, pero cómo, cómo, Dios mío! exclamó. La mosca impertinente volvió, agitando sus alitas impalpables, y ella no la rechazó, como antes, la acarició, al contrario... ¡Sí, se humillaría hasta hundir la frente en el polvo! se trataba de salvar a Quilito, y si no había más medio que ése, el último, a él, apelaría, con los ojos cerrados.
Una elevadísima persona; eso es prosiguió después de una pausa, con el mismo sosiego impertinente. Bien fácil era, por cierto, adivinarlo fijando un poco la atención en los rasgos de su fisonomía, enteramente borbónicos. El estupor de los circunstantes fue profundo. Se miraron unos a otros con una leve sonrisa burlona que, como de costumbre, Saleta pareció no advertir.
Lo cual visto por los tres, salieron a ella, y el cura fue el primero que le dijo: -Deteneos, señora, quienquiera que seáis, que los que aquí veis sólo tienen intención de serviros. No hay para qué os pongáis en tan impertinente huida, porque ni vuestros pies lo podrán sufrir ni nosotros consentir. A todo esto, ella no respondía palabra, atónita y confusa.
El ventero se llegó al cura y le dio unos papeles, diciéndole que los había hallado en un aforro de la maleta donde se halló la Novela del curioso impertinente, y que, pues su dueño no había vuelto más por allí, que se los llevase todos; que, pues él no sabía leer, no los quería.
Duró este engaño algunos días, hasta que, al cabo de pocos meses, volvió Fortuna su rueda y salió a plaza la maldad con tanto artificio hasta allí cubierta, y a Anselmo le costó la vida su impertinente curiosidad.» Capítulo XXXV. Donde se da fin a la novela del Curioso impertinente
Esto hizo rebosar su enojo y se prometió a sí misma cortar aquella impertinente y molesta persecución, aunque no sabía cómo. Primero pensó en que Pepe Castro hablase y amenazase al muchacho. Al ver la sangre fría con que aquél lo tomaba, se indignó y no volvió a mentarle el asunto.
Pero en lo que las mujeres sobresalían, era en la crónica de los trapos: se habían aprendido el trousseau de memoria como el librito secreto de la Sociedad Hermanas de los Santos. Doce vestidos de calle decía una personita impertinente, de veinticinco años largos, sacando la punta de su zapato de raso por el ruedo del vestido. ¿Doce? le preguntaba la vecina, quince... ¡ya los he visto todos!
Palabra del Dia
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