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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Sobre ésta se alzaba, y como al medio de aquel perfil de la sierra, un peñón blanquecino que parecía la capucha, vista por detrás, de un manto de titanes, pardo obscuro, extendido allí para secarse a los rayos del sol que iluminaba toda la vasta superficie.
Al fijar sus ojos en él, Pilar recordaba cómo se había visto la noche del baile, con sus claveles, su pelo artísticamente rizado, y la sonrisa de placer que le iluminaba el rostro. Fue tal el contraste entre lo pasado y lo presente, entre la cara de ocho días atrás y la de hoy, que Pilar, con rápido movimiento, arrojó al suelo el espejillo.
La primera parte de esta metáfora no era rigurosamente exacta; porque el antiguo sol iluminaba bastante bien el valle cuando no lo ocultaban las nubes, y el nuevo no podía hacerle la competencia en punto á claridad. Pero la segunda no hay duda que estaba más ajustada á la verdad. Corría dinero entre el paisanaje.
La mirada de Isagani se iluminaba al hablar de aquel oscuro rincon; el fuego del orgullo encendía sus mejillas, vibraba su voz, su imaginacion de poeta se caldeaba, las palabras le venían ardientes, llenas de entusiasmo como si hablase al amor de su amor y no pudo menos de exclamar: ¡Oh! en la soledad de mis montañas me siento libre, libre como el aire, ¡como la luz que se lanza sin frenos por el espacio!
En tanto que daba yo prueba de esta cortesía de buen gusto, la señorita Margarita, con mi mayor sorpresa, continuaba mirándome con un descontento y despecho manifiestos. Su abuelo entretanto me prestaba oído atento; veía levantarse poco á poco su cabeza. Una extraña sonrisa iluminaba su fisonomía descarnada y parecía borrarle las arrugas.
Con esta fe, y con las otras dos consoladoras y divinas virtudes que de ella nacen, doña Inés iluminaba el mundo, hermoseándolo con celestiales resplandores.
Un sol magnífico plateaba las ondas de la bahía é iluminaba las torres, las fortalezas y los grandes edificios de Cádiz, produciéndose en las cúpulas y masas colosales de mampostería los mas vivos reflejos.
De vez en cuando iluminaba su rostro, de agradable manera, un rayo de buen humor socarrón; mientras que también podía notarse un rasgo de elegancia y gusto delicado natural, que no siempre se vé en las almas viriles pasada la primera juventud, en el placer que causaban al General la vista y fragancia de las flores.
En el mismo ángulo bailaba Charito, que dirigía a su amiga, de vez en cuando, miradas de reproche; pero en seguida su cara se iluminaba escuchando a su compañero, que era el joven de la voz amaricada. Adriana había cesado de bailar. Seguía Muñoz con los ojos su silueta indefiniblemente lánguida. Su andar era suave.
La existencia de Romadonga se deslizaba serena, feliz, egoísta como la de un dios, viviendo únicamente para sí y contemplando con augusta indiferencia los dolores y las alegrías de los otros. Excusado es decir que el sol que más iluminaba y amenizaba aquella existencia era la mujer. Pero no una mujer determinada; la mujer en general; hoy una, mañana otra.
Palabra del Dia
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