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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Un rayo de sol penetraba en diagonal y entre inquietas motas por la única ventanilla del desván e iluminaba una parte del vacío y triste cuarto. En este rayo de sol vio brillar el cabello de la niña como si estuviera coronada por una aureola de fuego.

A medida que el inspector general iba descendiendo en mismo, una súbita luz iluminaba los más tenebrosos repliegues de su alma y entreveía la posibilidad de ciertas hipótesis, a las cuales nunca hasta entonces había concedido la menor atención.

Fijo y sin mirada, el ciego volvía sonriendo su rostro hacia donde sonaba la voz del doctor. No tengo esperanza murmuró. Habían salido a un sitio despejado. La luna, más clara a cada rato, iluminaba praderas ondulantes y largos taludes, que parecían las escarpas de inmensas fortificaciones. A la izquierda y a regular altura vio el doctor un grupo de blancas casas en el mismo borde de la vertiente.

El aislamiento y el alcohol aceleraron el proceso de su agotamiento moral y cuando un resto de luz iluminaba su cerebro haciéndole mirar hacia atrás con vergüenza o hacia adelante con miedo se consolaba pidiendo un mate a Ramona o bebiendo otra copa de cognac para reír en seguida como un luchador que se conquista un triunfo.

Eran las once y media, y la luna iluminaba melancólicamente la magnífica escena del pequeño puerto de Dover, en cuyo fondo se destaca, como un inmenso puente de mampostería y madera lanzado hacia las ondas, el muelle que facilita el embarque sobre los vapores.

El baile se había organizado delante de la verja de la granja sobre una explanada en forma de era rodeada de grandes árboles y de abundante hierba mojada como si hubiese llovido. La luna iluminaba tan bien el improvisado baile que no eran menester otras luces.

En cuanto la veía entrar, se le iluminaba el rostro, y ya no se hablaba más que del establecimiento nuevo, y de las cosas no vistas que en él admiraría el Madrid elegante.

Vestía levita de paño oscuro, pantalón ceñido con trabillas, chaleco de terciopelo labrado y alto cuello de camisa con corbatín de suela: sobre la cabeza un gorro de terciopelo. Allá lejos, arrimadas á la puerta de su huerta, acertó á ver dos zagalas á quienes la luz de la hoguera iluminaba el rostro de lleno. Ningún otro alumbraba más hermoso en aquel momento.

Cuando iba Tirso a entrar en su cuarto, le dijo Pepe: Espera, tenemos que hablar: no es posible que continuemos así. La luz escasa de la lamparita, sucia y mal despabilada, iluminaba el comedor, donde menudeaban las señales de incuria y abandono.

De vez en cuando, en los cortos intervalos de silencio levantaba graciosamente la cabeza, preguntándome: ¿Va V. a gusto conmigo? ¿Le estorbo? Y cuando me oía protestar vivamente contra semejante duda, su rostro expresivo se iluminaba de alegría y continuaba hablando. Habíamos recorrido algunas calles.

Palabra del Dia

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