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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Al fin la dama se detuvo en una cámara más pequeña. Sobre una mesa había un candelero de plata con una bujía, única luz que iluminaba la cámara, y junto á la mesa un sillón de terciopelo. Sin duda que comprendéis por qué os he llamado dijo con severidad la dama.

Sonó a lo lejos la música y brillaron en el antecomedor luces rojas y verdes, una línea de faroles llevados en alto por los camareros. Este resplandor, amortiguado por los vidrios de colores, iluminaba discretamente con luz suave. Era la «marcha de las antorchas» de toda fiesta alemana.

Un viaje de treinta y ocho días... El príncipe no quiere... Pocas veces se verá esto... Es el primer sable de Siberia. El jardín estaba cubierto de nieve. Aún era de noche, y la luna fugitiva lo iluminaba con unos rayos diagonales, extendiendo desmesuradamente la sombra de los árboles. Más de cien hombres formaron dos masas negras en los bordes de una avenida.

Cuando abrían la portezuela de un horno para echar en él paletadas de carbón, su resplandor lo iluminaba todo con reflejos de incendio, y los hombres blancos de ojos azules aparecían grotescos y terribles bajo el hollín que tiznaba sus caras y sus miembros. Al cerrar la portezuela volvía el departamento a sumirse en una penumbra saturada de polvo de carbón.

Juan no había llevado la vela de su cuarto; en el de ella, aunque espacioso, puesto como de fonda, con pocos y baratos muebles, no lucía más que la llama temblorosa de una bujía, colocada sobre un veladorcito, en tal disposición, que dejando en sombra los rincones, daba de lleno en el rostro de Cristeta, iluminaba la cama, la mesa de noche y el sofá en que estaban sentados los amantes.

En el fondo estaba el altar, y en su parte baja, detrás de un vidrio, admiraban los devotos un verdadero interior de museo de figuras de cera. San Ignacio tendido en una colchoneta leía un libro, vestido con gregüescos y capotillo de vueltas de velludo como un galán del teatro clásico. Una batería oculta de luces eléctricas iluminaba esta exhibición de feria.

Había algo tan raro en el sonido de su voz, que no pude menos de mirarla. Sus ojos brillaban con un extraño fulgor, pero, en un momento la llama que los iluminaba se apagó y Luciana volvió a caer en la inmovilidad un poco triste y altanera que había guardado hasta entonces. Lautrec respondió: Confío esos papeles a Máximo, porque es mi amigo y el más caballero que conozco.

Registre usted el portal. Martín, al oir esto, agazapándose, salió del portal y ganó la escalera. La vieja paseó la luz del farol por todo el zaguán y dijo: No hay nadie, no, no hay nadie. Martín pretendió volver al zaguán, pero la vieja puso el farol de tal modo que iluminaba el comienzo de la escalera. Martín no tuvo más remedio que retirarse hacia arriba y subir los escalones de dos en dos.

»Los doctos consejeros estuvieron callados un momento, mientras la frente del doctor se iluminaba con un rayo de esperanza. ¡Pobre padre! Quizás se vanagloriaba de haberse engañado, y creía que sus sabios colegas, ilustrados por sus preciosos análisis, antes de hablar callaban y se recogían para proponer al fin algún remedio capaz de salvar a su hija.

Margarita de Austria estaba sentada junto á la misma mesa donde su camarera mayor leía la noche anterior los Miedos y tentaciones de San Antón. Un candelabro de plata, cargado de bujías perfumadas, iluminaba de lleno el bello y pálido semblante de Margarita de Austria.

Palabra del Dia

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