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Actualizado: 13 de julio de 2025
Con este género de vida, sucedió lo que debía suceder. Su tutor pues era huérfano le anunció un día, en son fatídico, que todo aquel caminito de rosas lo llevaban directamente y en tren expres á la portería de San Bernardino, santo respetable en el almanaque, pero que, inscrito al frente del establecimiento á que se alude, es capaz de dar un calambre á una pieza de molave.
Ello es que un acreedor habia caido sobre la herencia negativa, y el jóven huérfano, que tenia como 25 años, sufrió una doble amargura. Como pudo se fué luego á Paris «á pedir justicia al emperador», según decía, como si el emperador tuviese algo que ver con el asunto, y en Paris acabó de perder el juicio.
Lo dudaba, después que el señor Aubry se había ido; pero el fuego del cigarro que brillaba aún entre el césped, lo tranquilizó. ¿Así, pues, el señor Aubry y Jaime, no se indignaban ante la idea de que el huérfano pudiera un día convertirse en un hijo y en un hermano?
Fue Gil un seminarista modelo; aplicado, dulce, respetuoso, afecto a las prácticas religiosas y mostrando mucho fervor en ellas. Las damas no tuvieron más que motivos para felicitarse de su resolución. Cuando venía a pasar las vacaciones a Peñascosa, traía para cada una de ellas una carta del rector manifestando su satisfacción por la conducta y los progresos del huérfano.
La palabra huérfano, que oía repetir en torno mío, como expresión de desventura, tenía para mí un sentido muy vago: viendo que las personas dedicadas a mi servicio me compadecían, llorando, me daba cuenta de que era digno de compasión, pero nada más.
El joven encendió las dos lámparas de la chimenea sin llamar al criado, que era su único servidor y el único ser viviente asimismo que habitaba con él en aquel cuarto. Pepe Castro era hijo de una ilustre familia de Aragón. Su hermano mayor llevaba un título conocido y tenía una hermana además casada con otro título. Se había educado en Madrid. A los veinte años quedó huérfano.
Llevaba puesto un traje casero muy sencillo, blanco, corto, huérfano de adornos y cuyas mangas descubrían los brazos: mostraba el cuello desahogado y libre; el pelo húmedo hacia las sienes, y la tez algo encendida, como azotada por el frescor del agua. La figura se destacó por claro sobre el cortinaje oscuro, semejando personaje de dibujo fantástico.
Aquella vida digna, sencilla y leal, sin miedo y sin tacha, como la espada paterna colgada en la pared y que era su rígido símbolo, debía envolver al huérfano en su irradiación e infundir en su sangre los gérmenes de viriles virtudes, más poderosos que el atavismo...
Jamás se me había ocurrido averiguar si Agustín tenía familia, hasta, tal punto tenía la manera de ser de los huérfanos, es decir, el aire de independencia y abandono, o en otros términos el carácter de una vida individual, sin orígenes, ni deberes, ni vinculaciones, ni dulzuras. Se ruborizó levemente al pronunciar la frase «accidente de mi nacimiento» y comprendí que era más aún que huérfano.
Pero lo que más hace resaltar el valor de su obra con acentuados relieves, es que toda ella, como él mismo, fue el producto del esfuerzo propio. Muchacho huérfano, conoció tempranamente el dolor de la vida, es decir, tuvo que ser prematuramente hombre; mas eso no apagará la sed de perfección de su espíritu, el ansia fervorosa de saber, ni amainará el temperamento brioso y decidido.
Palabra del Dia
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