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Actualizado: 17 de junio de 2025


Nadie lo ponía en duda, D.ª Rafaela poseía en la calle de Hortaleza un comercio de antigüedades que en otro tiempo había sido prendería y aún lo era cuando le venía bien. Unas veces predominaban los objetos antiguos, otras los viejos. Como complemento indispensable de tal negocio, D.ª Rafaela prestaba con usura. Hallaríase entre los cincuenta y sesenta años.

Salió radiante y satisfecha; mas no quiso tomar el breve camino de la calle de Hortaleza, porque le daba vergüenza de pasar por cierta tienda donde debía algunas cantidades, poca cosa en verdad. Ya anochecía cuando Isidora regresó acompañada de su hermano, el cual, vergonzoso y cohibido, bajaba los ojos delante de la gente.

Y aquella animosa mujer detuvo un coche que pasaba y se metió en él con las dos criadas, mientras su marido, sin dejar de sollozar, corría a la calle de Hortaleza, donde la vieja prendera tenía su domicilio. Doña Rafaela había estado en las Ventas del Espíritu Santo a recoger un dinero que le debían.

Y aconteció muy luego lo que a la vista estaba desde que la marquesa apuntó la idea de dejar la casa, relativamente modesta, de la calle de Hortaleza; y fue de este modo: el marqués insinuó compromisos de banquete a sus amigos políticos; la marquesa invocó deberes ineludibles de responder a súplicas de sus amigas, dando a aquellos hermosos salones su verdadero destino; es decir, estrenándolos con un baile que, sin gran esfuerzo, haría raya entre las fiestas del «gran mundo» madrileño, habidas y por haber; reforzó el primero sus razones de preferencia, sin negar la gravedad de los compromisos de su mujer, exponiendo deudas de gratitud con los personajes que, para entretener sus apetitos senatoriales, acababan de ofrecerle un distrito vacante en Ciudad Real, para diputado a Cortes; insistió la marquesa en su empeño a favor del baile, sin negar el compromiso del banquete; replicó el marqués, llevando la contraria, hasta con textos de Maquiavelo y de Bismarck; y, por último, terció Verónica, que se hallaba presente en la porfía, proponiendo que se diera una fiesta que tuviera de todo: una recepción, por lo más alto, en la cual anduviera el rumbo del comedor al nivel del brillo de los salones.

No puedes figurarte lo que le molestaba la resurrección de una cosa que creía muerta y desaparecida para siempre. «¿Por dónde saldrá ahora?... ¿Para qué me llamará?». Yo decía también: «De fijo que hay muchacho por en medio». Esta sucesión me cargaba. «Pero en fin, ¡qué remedio!...» pensaba al subir por aquellas oscuras escaleras. Era una casa de la calle de Hortaleza, al parecer de huéspedes.

Los que llevaban compañía, charlaban; los que iban solos, echaban pestes de vez en cuando, entre dientes, contra el barro. Sólo el cielo mostraba un semblante sombrío y melancólico, adecuado a las circunstancias. Recorrimos la calle de Hortaleza, y al llegar cerca del Saladero hallamos un gran montón de gente que invadía los alrededores y que nos detuvo.

El hospedaje de doña Trina lo patronizaban tantos pupilos y huéspedes flotantes, que no bastando para contenerlos el amplio y profundo piso de la calle de Hortaleza, como si dijéramos la metrópoli hospederil, la señora había alquilado otros cuartos, al modo de colonias, en los aledaños y calles contiguas, uno de ellos en la calle de la Reina, que es donde yo tenía mis aposentos.

Respondía ella con otro gesto que, cuando menos, significaba que había comprendido la pregunta; y algo parecido le ocurría a su marido con los hombres políticos, que casi le formaban un cortejo diariamente desde lo de la herencia, y poco más o menos le sucedía a la hija con sus amigas; sólo que éstas eran más claras en el preguntar, y ella menos encogida en el responder, por lo mismo que estaba bien persuadida del destino de aquellos despilfarros, desde que su madre apuntó en la calle de Hortaleza la necesidad de vivir en casa de mayor calibre.

Instalación de Isidora en su casa de la calle de Hortaleza, no se sabe sin con propios recursos o a expensas del marqués viudo de Saldeoro. Escándalo. Pronuncia D.ª Laura su célebre frase: «Ya veía yo venir esto». Disturbios en Barcelona; cunde la indisciplina militar.

Palabra del Dia

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