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Largas cajas de caoba roja y pulimentada contenían camelias, jazmines de Méjico y cactos de espesas hojas. En una linda jaula de limonero y de enrejado de plata revoloteaban unos hermosos pájaros de cabeza verde, de alas purpuradas con reflejos de oro, y bonitas cotorras de Puerto Rico, con todo el cuerpo azul, un penacho de color de naranja y el pico negro como el ébano.

De esa canastilla sale un bordado comenzado, una larga tira blanca donde están trazadas hojas y flores como las que las mujeres emplean para adornar la ropa blanca. Sin saber lo que hace, coge la tira y sigue el trabajo complicado de los puntos, hasta el momento en que resuena en sus oídos la voz jovial de su cuñada.

Una atmósfera de misticismo, de iniciaciones sobrehumanas, de secretos intactos á través de los siglos, parecía desprenderse de estos montones de volúmenes polvorientos, algunos con las hojas roídas.

-Así es la verdad -dijo el de la Triste Figura-; pero, ¿qué haremos para escribir la carta? -Y la libranza pollinesca también -añadió Sancho. -Todo irá inserto -dijo don Quijote-; y sería bueno, ya que no hay papel, que la escribiésemos, como hacían los antiguos, en hojas de árboles, o en unas tablitas de cera; aunque tan dificultoso será hallarse eso ahora como el papel.

Bastan pocos dias para esmaltar los prados de verdura y de flores olorosas, y revestir los árboles con esas hojas de un verde tierno, ó con las flores que las preceden, dando á cada uno de ellos un color vivo y uniforme. Si la campiña, ostentando su bella alfombra, embalsama el aire con los mas suaves perfumes, los bosques presentan otro carácter no ménos halagüeño de belleza y variedad.

Digan mis cabellos, Pues saben las yerbas Que dejé en sus hojas Infinitas hebras, Qué defensas hice Contra sus ofensas; Y mis ojos digan Qué lágrimas tiernas, Que a un duro peñasco Ablanda pudieran. Viviré llorando, Pues no es bien que tenga Contento ni gusto Quien sin honra queda. Sólo soy dichosa En que pedir pueda Al mejor alcalde Que gobierna y reina, Justicia y piedad De maldad tan fiera.

Se le franquearon todas las puertas, abriéndolas de par en par y resguardándose tras las hojas de ellas, como se abren las puertas del toril para que salga la fiera a la plaza. La última que cambió algunas palabras con ella fue Fortunata, que la siguió hasta el vestíbulo movida de lástima y amistad, y aún quiso arrancarle alguna declaración de arrepentimiento.

Sus ojos son dos luceros, como aquel grande y muy claro que está sobre el tejado de esa casa; su boca se compone de dos hojas de rosa; sus dientes hacen que todas las perlas echen a correr de envidia; sus mejillas son claveles abiertos, y cuando llora, sus lágrimas son diamantes.

El otoño iba despojando a la parra de su pomposo follaje recortado, y los nudosos sarmientos parecían brazos de esqueleto mal envueltos en los jirones de púrpura de las pocas hojas restantes. Algún racimo negreaba en lo alto. En unas tinas viejas arrimadas al banco de piedra, había botellas vacías que semejaban embarcaciones náufragas varadas en un arenal.

En el interior se veian numerosos y humildísimos sepulcros casi á flor de tierra, en medio de los cuales se destacaban innumerables cruces negras coronadas de guirnaldas, y con hojas negras de laton en que se veian en letras blancas ó amarillas los nombres de los que reposaban en la paz de la inmortalidad.