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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Y luego de chocar las copas quedaron silenciosos, mirando atentamente los adornos de aquel salón, como si lo viesen por vez primera y quisieran llevarse impresa su imagen en el recuerdo. No se habían fijado hasta entonces en los escudos que adornaban las paredes entre guirnaldas doradas de frutas y hojas.

Abrió el armario del aparador y puso sobre la mesa los entremeses: pepinillos destilando vinagre, aceitunas grises mezcladas con salitrosas alcaparras, sardinas de Nantes con su casaquilla plateada, rodajas de salchichón finas y transparentes, y frescos rábanos de encendido ropaje y tiesos moñetes de hojas, todo en verdes pámpanos de porcelana. Buen golpe de vista presentaba la mesa.

La hermosa cabeza inclinada a un lado, los ojos medio cerrados, la boca entreabierta, dilatada por una sonrisa feliz, donde todo su ser se anegaba, parecía la bayadera del Oriente ostentando con arrobo místico en la soledad y misterio del templo la suprema gracia de su carne dorada como las hojas del loto en el otoño, el brillo fascinador de sus ojos.

Aquel rumor familiar del viento húmedo cruzando entre las hojas crecía y disminuía a intervalos en medio del silencio de los patios. Yo lo escuchaba sin demasiada amargura, con una especie de triste arrobamiento cuya dulzura era extremada algunos momentos. ¿No trabaja usted? me dijo de pronto el profesor. Está bien... Allá usted...

Un hombre lleno de experiencia es un árbol muerto, metafóricamente hablando, contra el cual zumba desapiadadamente el huracán de las pasiones, valiéndonos de otra metáfora. Y sin embargo de que, y continuamos en el estilo metafórico, ya no tiene ni frutos ni hojas que el huracán pueda arrancarle, le arranca las extremidades de las ramas secas. Después viene el rayo y le hace trizas.

Mas abajo, todavía, crecen, como de tres á cuatro varas de alto, otras palmas algo mas delgadas que las primeras, y á las que el menor soplo de viento echaria por tierra; pero los aquilones solo agitan la cima de los gigantes de la vegetacion, los que rara vez permiten que algunos rayos de sol puedan llegar basta el suelo, el cual se halla tambien adornado con las plantas mas variadas, miscelánea de helechos elegantes á hojas recortadas, de pequeñas palmas con hojas enteras, y sobre todo de marrubios de una levedad y delicadeza extraordinarias.

La rueda grande permanece suspendida de través entre los dos soportes podridos. Las paletas han desaparecido; sólo los rayos se alzan todavía en el aire, como brazos que se tienden hacia el cielo para implorar el golpe de gracia. El musgo y las algas lo han cubierto todo con un manto de verdor a través del cual el berro muestra sus hojas redondas, de palidez enfermiza.

Tengo motivos para creer que la imaginación es su facultad predominante. Un día que dábamos un paseo por la Moncloa se nos acabó el tabaco. Era otoño. Sindulfo cogió un puñado de hojas secas de chopo, las estrujó y las metió en su pipa. Después dejó errar su mirada por las lejanías de El Pardo, añorando sin duda los bosques vírgenes del Arauco.

No podía dudarlo; eran pisadas humanas, bien distintas de la corrida de la liebre por entre las hojas, o de los golpecitos secos y reiterados que sacuden las patas unguladas del zorro o del perro. Pisadas humanas eran, aunque muy recelosas, apagadas y lentísimas. Parecían de alguien que procuraba emboscarse.

Menos feliz la gamuza, á quien arroja la nieve de las altas cimas, tiene que andar errante junto á los bosques, buscar su refugio entre los apretados árboles, royéndoles corteza y hojas. El hombre por su parte, tiene que dejar su morada para el cambio de productos, compra de provisiones ó satisfacción de compromisos con familia y amigos.

Palabra del Dia

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