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Actualizado: 19 de julio de 2025
Lisboa, junio. Mi excelente madrina: Hé aquí lo que ha «visto y hecho» desde mayo en la hermosísima Lisboa. «Ulyssipo pulcherrima», su admirable ahijado. Descubrí un compatriota mío de las Islas, mi pariente, que vive desde hace tres años construyendo un sistema de Filosofía en el piso tercero de una casa de huéspedes de la travesía de la Palha.
¡Horrible desengaño!... Si el rostro del príncipe de Marruecos era bello como la flor de un tulipán, su alma era débil y pequeña como la planta, y tenía por raíz una cebolla venenosa. El alma hermosísima de Cristela no podía simpatizar con alma semejante. Su antiguo amor se trocó en verdadera repulsión.
Conocía Cervantes que a poco que él hiciese, doña Guiomar no llamaría a su doncella; antes bien dejaría con mucha voluntad venir el día, entretenida con él en blanda y amorosa plática; no lo hizo, empero, porque para primera vista ya había alcanzado más favores que los que él se había atrevido a desear; que tal era la grandeza del enamoramiento en que por aquella hermosísima señora suya se encontraba, que a sueño y fingimiento de su deseo tenía el encontrarse a solas con ella y a sus pies, y asiéndola las manos, y gozando de la luz de sus ojos, que no encubrían el contento del alma, y encantado con la dulzura de su voz, que de ángel, más que de mujer le parecía.
Y aquí cortara la visita doña Guiomar, y al señor Ginés de Sepúlveda dejara irse, por volver cuanto antes al jardín, impulsada por el ansia en que la tenía el haber dejado a solas y en lugar apartado y espeso a Miguel de Cervantes y a Margarita; que sobresaltada estaba la hermosísima viuda, y celosa y con toda el alma puesta en el jardín, antojándosela que oía ternezas y veía rendimientos que Cervantes prodigaba a Margarita.
Pasado el primer deslumbramiento, miré mejor y vi que allá, en el fondo de la pieza, me aguardaba Nanela. Aunque jamás la viera ni oyese hablar de ella, yo la reconocí en seguida. Era Nanela. Era una alta y hermosísima mujer pálida la más alta, más hermosa y más pálida mujer del mundo, toda vestida de blanco, sin joyas, flores ni cintas, llamada Nanela.
¡Hombre, eso no! gritaba el chantre ¡ella está hecha una santa; después de su enfermedad, desde que estuvo si la entrega o no la entrega, su vida es ejemplar. Si antes era una señora virtuosa, como hay muchas, ahora es una perfecta cristiana. Está más delgadilla, más pálida, pero hermosísima... quiero decir, que edifica, que es una santa... vamos... una santa....
No pretendió el diablo tentarles más, o don Juan quiso dejar la tentación para otro día, porque levantándose de repente, como quien se aparta de un grave peligro, se pasó las manos por el rostro, y dijo: No, Cristeta, esto es una locura... Adiós, hasta mañana; estás hermosísima y te quiero demasiado.
Por fin, a una señal de Tarlein, me levanté, ofrecí mi brazo a la Princesa y recorriendo el salón de uno a otro extremo, la conduje a una habitación contigua, más pequeña, donde nos sirvieron el café. Las damas y caballeros de nuestro séquito se retiraron y quedamos solos. Los balcones de aquella pieza daban a los jardines del palacio. La noche era hermosísima.
»En fin, el tiempo se pasó, y se llegó el día y plazo de nosotros tan deseado; y, siguiendo todos el orden y parecer que, con discreta consideración y largo discurso, muchas veces habíamos dado, tuvimos el buen suceso que deseábamos; porque el viernes que se siguió al día que yo con Zoraida hablé en el jardín, nuestro renegado, al anochecer, dio fondo con la barca casi frontero de donde la hermosísima Zoraida estaba.
Está hermosísima así, pero no hay que tocar en ella». Más de una vez, en medio del bosque del Vivero, a solas con Ana, don Álvaro se había sentido en ridículo; se le había figurado que aquella señora, a quien estaba seguro de gustar en el salón del Marqués, allí le despreciaba.
Palabra del Dia
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