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Actualizado: 11 de julio de 2025
¡Qué adelantáis, don Francisco, con sacrificar una mujer más! Seríais vos la primera. Ved por qué no puedo fiarme de vos; negáis lo que todo el mundo sabe: vuestros ruidosos galanteos. Helos tenido con muchas hembras, pero tratándose de mujeres vos sois mi primera mujer. Tal vez os engañáis... tal vez yo no sea más que... como vos decís, una hembra, y harto débil y desdichada.
De su accidentada historia de marino, Febrer desechaba el relato de hambres y borrascas, y sólo sentía curiosidad por los amoríos en los grandes puertos internacionales, donde se amontonan los vicios exóticos y las hembras de todas las razas.
¿Y aún te atreves á hablar, vaca floja?... ¡Una mujer que sólo ha sabido darme hembras! Vergüenza debías tener. La misma mano que extraía negligentemente de un bolsillo los billetes hechos una bola, dándolos á capricho, sin reparar en cantidades, llevaba colgando de la muñeca un rebenque.
Las hembras son más tímidas que los machos y están indefensas. Si se las daña, no saben más que llorar y agitarse dolorosamente lanzando miradas de desesperación.
¿De modo preguntó el mozalbete que yo seré un pelagatos si llego a perder mi patrimonio o soy un bruto? Esto sí que es bueno. Nada, nada dijo uno . Fuera mayorazgos, y que todos los hermanos varones y hembras entren a heredar por partes iguales. Eso no puede ser observó Marijuán , porque entonces no habría las grandes casas que dan lustre al reino.
Frinés y Mesalinas perfumaron el agua que besaba sus senos con el aroma vuestro. Médicis y Popea, y otras hembras felinas, os dieron el hechizo de sus labios obscenos.
La extranjera temía siempre ser engañada, como si la desconcertase ver que el héroe legendario resultaba un hombre como los demás. ¿Realmente era togego?... Y le buscaba la coleta, sonriendo satisfecha de su astucia cuando sentía entre las manos el peludo apéndice, que equivalía a un testimonio de identificación. Usté no sabe lo que son esas hembras, maestro.
Déjala... Yo te acompañaré adonde quieras. No faltaría más...; ¡ir tú sola, de noche, por esas calles! En Madrid hay mucho atrevido. Te lo digo con franqueza, porque yo no soy ningún anacoreta. A los pícaros españoles nos gustan tanto las hembras bonitas... No, hija, no. No puedes andar sola de noche. Estás cada día más guapa, y por dondequiera que vas llamas la atención.
Los tres oyentes se miraron con asombro, y hasta el coronel, que se mantenía impasible siempre que hablaba su señor, mostró en sus ojos cierta sorpresa. ¿Qué quería decir el príncipe?... Tú no ignoras, Atilio, lo que es una mujer. En la mayor parte de los pueblos de la tierra sólo existen hembras: jóvenes y viejas, pero no hay mujeres.
Se había imaginado encontrar algo semejante a las antiguas expediciones de las Cruzadas: soldados que peleaban por el ideal, que hincaban la rodilla antes de entrar en combate para que Dios estuviera con ellos, y por la noche, después de ardientes plegarias, dormían con el puro sueño del asceta, y se encontraba con rebaños armados indóciles al pastor, incapaces del fanatismo que corre ciego a la muerte, ganosos de que la guerra se prolongase todo lo posible para mantener la existencia de holganza errante a costa del país, que ellos creían la más perfecta; gentes que a la vista del vino, de las hembras o de la riqueza se desbandaban, hambrientas, atrepellando a sus jefes.
Palabra del Dia
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