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Actualizado: 11 de julio de 2025
Cuando se rezaba el rosario, que era dos veces al día, mandaba previamente una criada al gallinero para apartar, mientras durase, al gallo de las gallinas; luego la ordenaba separar las cucharas de los tenedores y los corchetes machos de las hembras.
Siempre que pensaba en el porvenir de sus hijas se ponía triste; y sentía como remordimientos de haber dado a su marido una familia que era un problema económico. Cuando hablaba de esto con su cuñada Barbarita, lamentábase de parir hembras como de una responsabilidad.
Honra y provecho había ganado el ilustre jurisconsulto, y, de una y otra ventaja, querían gozar los parientes, que, por culpa de la fecundidad de sus hembras y de las afines, incurrían en un doloroso proletariado que amenazaba llenar de Valcárceles el mundo.
Su mayor placer era que las damas les diesen la mano. ¡Bendita guerra que les permitía acercarse y tocar á estas mujeres blancas, perfumadas y sonrientes, tal como aparecen en los ensueños las hembras paradisíacas reservadas á los bienaventurados! «Madama... Madama», suspiraban, poblándose al mismo tiempo de llamaradas sus pupilas de tinta.
Aquello debía ser hereditario: la afición de sus antecesores los montañeses de Aragón a las hembras fornidas, duras, oliendo a bestia bravía y con las manazas agrietadas por el esparto y la tierra de fregar.
Los tres arcángeles son tres muchachas altas, esbeltas, airosas y tan ligera como elegantemente vestidas. Yo aseguro que parecen de verdad los tres arcángeles, con alas refulgentes, con áureos yelmos y con fulmíneas espadas. Pero si fueran tres hembras de formas exuberantes, paticortas y cabezudas, ¿cómo habían de parecer arcángeles?
Cuando uno las mira, no puede despegar los ojos de ellas; siente que ha ya aquella barrera eterna entre alma y alma. La tierra es su patria adorada ó del corazón: en ella nacen, allí tienen sus amores; heridas, á la tierra van á morir. A la tierra conducen sus hembras preñadas, las acuestan sobre las algas y las sustentan con pescado.
Al observar la barba de Don Felipe, aquel rojo vellón donde la luz del aceite ponía ahora toques purpúreos, el canónigo pensó en las razas antiguas venidas hasta la Iberia desde los mares tempestuosos del Norte; y cerrando, a su vez, los ojos, soñó con repugnancia en bárbaros rubios y en carnosas hembras desnudas, con cabelleras color de naranja, como señaladas, desde entonces, por un reflejo infernal.
Supongo que los panegiristas de Las Mujeres españolas que preceden á La Mujer de Granada en el orden alfabético, habrán escrito ya más de una disertación sobre la mujer en general, comparada con el hombre, y sobre las españolas ó ibéricas en particular, comparadas con las hembras de otros países.
Pensaba en el campo como en un lugar de libertad, con sus mujeres de alma simple y afectos naturales, limitados solamente por un instinto defensivo igual al de las hembras primitivas. Aquella misma tarde salió de la ciudad. Nada quedaba en él del optimismo de pocas horas antes.
Palabra del Dia
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