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Actualizado: 8 de julio de 2025


Las mejillas flácidas, de color pálido terroso, el labio inferior un poco caído, expresando desdén y cansancio, los ojos de indefinible matiz, fríos y vidriosos como los de un besugo muerto, con los párpados ordinariamente caídos, expresando igualmente el hastío.

En realidad no era aquello virtud, sino cansancio del pecado; no era el sentimiento puro y regular del orden, sino el hastío de la revolución. Verificábase en él lo que D. Baldomero había dicho del país; que padecía fiebres alternativas de libertad y de paz. A los dos meses de una de las más graves distracciones de su vida, su mujer empezaba a gustarle lo mismito que si fuera la mujer de otro.

Pero ella resistiría. ¡Oh! ¡! aquella tentación fuerte, prometiendo encantos, placeres desconocidos, era un enemigo digno de ella. Prefería luchar así. La lucha vulgar de la vida ordinaria, la batalla de todos los días con el hastío, el ridículo, la prosa, la fatigaban; era una guerra en un subterráneo entre fango.

Un mes después de mi memorable aventura había perdido todas mis esperanzas, toda mi tranquilidad y con ayuda del hastío llegué a una sombría tristeza. Entonces fue cuando el cura se indispuso con mi tía y cuando ésta le echó de casa. Sentada bajo la ventana del jardín, pude escuchar la siguiente conversación: Señora dijo el cura, vengo a hablaros de Reina. ¿Sobre? La niña se aburre, señora.

Pero recobraba el sentido, y a riesgo de nuevo pasmo volvía a la lectura, a devorar aquellas páginas por las cuales en otro tiempo su espíritu distraído, creyéndose, vanamente, religioso, había pasado sin ver lo que allí estaba, con hastío, pensando que las visiones de una mística del siglo dieciséis no podían edificar su alma aprensiva, delicada, triste.

Ya el Sultán, desesperado a fuerza de hastío, revolvía en su mente el saludable proyecto de degollar con su propio alfanje tres o cuatro de aquellos ruiseñores sapientes, eligiéndolos de entre los más floridos y locuaces en su parla, cuando el famoso Aben-Jomiz, que había sido diez años alfajeme, otros tantos boticario, siempre viajando y herbolizando, algunas veces matando y jamás curando, y que había concluído por ser tan entendido médico como consejero profundo, dió señales de hablar.

Déjese usted de que pueda o no pueda ser. Ese uno, esa excepción de su hastío es el primero, ese tal D. Juanito. No necesita usted confirmarlo. Me estas historias al dedillo. ¿No ve usted, hija mía, que he sido confesor de las Arrepentidas de Toledo durante cinco años largos de talle? Pero no puede ser. Está casado, es muy feliz, y no se acuerda de .

«No era él un don Custodio, ignorante de lo que es el mundo, lleno de ensueños, ambicioso de cierto oropel eclesiástico, que tal vez se gana en el confesonario, para que le halagasen todavía revelaciones imprudentes, que sólo servían para inundarle el alma de hastío.

Quien supiera o pudiera apartar el ramaje vistoso de ideas más o menos contrahechas y de palabras relumbrantes, que el señorito de Santa Cruz puso ante los ojos de su mujer en la noche aquella, encontraría la seca desnudez de su pensamiento y de su deseo, los cuales no eran otra cosa que un profundísimo hastío de Fortunata y las ganas de perderla de vista lo más pronto posible. ¿Por qué lo que no se tiene se desea, y lo que se tiene se desprecia?

Su fisonomía adquirió la expresión altiva, desdeñosa, que la caracterizaba, a la cual se añadía ahora leve matiz de hastío y preocupación. Por su elegancia refinada, por su arrogante porte, y sobre todo por aquella severa majestad de su rostro peregrino, nadie vacilaría en diputar a Clementina por una de las más altas y nobles damas de la corte.

Palabra del Dia

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