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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Estando en esto, entraron en la casa dos mozos de hasta veinte años cada uno, vestidos de estudiantes, y de allí a poco, dos de la esportilla y un ciego; y sin hablar palabra ninguno, se comenzaron a pasear por el patio. No tardó mucho, cuando entraron dos viejos de bayeta, con antojos, que los hacían graves y dignos de ser respectados, con sendos rosarios de sonadoras cuentas en las manos.
La juventud débil, apagada, egoísta y devota, contrastando con sus padres, que adoraban los generosos ideales de la libertad y la democracia y hacían revoluciones.
Para Watson empezaron á sucederse los hechos con la rapidez vertiginosa y la falta de lógica de los episodios de una pesadilla que se desarrollan más allá del tiempo y del espacio. Oyó tiros; luego pasaron ante sus ojos varios jinetes á todo galope, mientras otros, deteniéndose, hacían fuego contra los dos andinos.
Parecía que lloraban, y lo que hacían era manifestar una gran alegría. Son los inconvenientes de este acento tan dulce. Pero yo no quiero hacer comentarios sobre el acento gallego. En esto de los acentos tengo una experiencia algo desagradable y no desearía repetirla con mis propios paisanos. ANTONI
«Entonces en las tres distancias Se hacían tres pequeños entremeses, Y ahora apenas uno, y luego un baile.» El pueblo, en especial, acudía en tropel á los teatros, distinguiéndose Sevilla por los desórdenes que en ellos se cometían, en cuya ciudad, como dice Rojas, hormigueaban en el teatro los espadachines y barateros.
Como los palomos no comen sino del pico de la madre, Fortunata se los metía en el seno, ¡y si vieras tú qué seno tan bonito!, sólo que tenía muchos rasguños que le hacían los palomos con los garfios de sus patas.
Esta tela, gruesa y pesada como la vela mayor de uno de los antiguos navíos de línea, la subieron lentamente, hasta que sus dos puntas quedaron sobre los hombros del gigante, uniéndolas por detrás con varias espadas que hacían oficio de alfileres. De este modo las ropas del Hombre-Montaña quedaban á cubierto de toda mancha durante la laboriosa operación.
Los tres aventureros reunidos volvimos a Lúzaro, cansados, destrozados. En mi casa no pude ocultar la aventura; tuve que contarlo todo. Mi madre y la Iñure se hacían cruces. ¡Qué chico! ¡Qué chico! decían las dos. Desde aquel día Joshe Mari Recalde comenzó a mirarme con gran estimación. El no haberme asustado tanto como él en la cueva del Izarra le parecía, sin duda, una gran superioridad.
El río conservaba siempre su anchura de ciento sesenta o doscientos pies, pero no era profundo y estaba sembrado de islotes de arena, que los náufragos tenían que ir rodeando. Las dos orillas estaban cubiertas de árboles enormes, y tan cercanos los unos a los otros que hacían casi imposible el paso.
Al entrar recibió su rostro la luz roja de los quinqués que colgaban del techo, y muchos hombres le saludaron respetuosamente. Llevaba el poncho y las grandes espuelas de los jinetes del país. Su perfil aguileño y su tez hacían recordar á los arabes de origen puro. La barba y la cabellera eran en él luengas, negras y rizosas.
Palabra del Dia
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