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Actualizado: 7 de junio de 2025
Ha llegado, pues, el instante de que todos los ciudadanos útiles, de que todo hombre digno del título de tal, cualquiera, que sea su raza, se apreste para servir á la noble causa en cuyo nombre hablo, haciéndome eco de los sentimientos expresados al Gobierno por la casi totalidad del país y de los nobles sentimientos de los corazones cubanos. La hora, es de acción inmediata.
Se detuvo un momento, bebió un poco de agua de frambuesas para darse algún aplomo y después prosiguió: He pensado muchísimo en una frase que se le escapó a usted ayer con respecto a mi vida solitaria... Su observación vino precisamente en apoyo de ciertas reflexiones que yo vengo haciéndome alguna que otra vez desde hace lo menos un año... Sí, aunque pongo en mi vida alguna actividad, me pesa mi aislamiento con frecuencia... Pienso que tengo veintiséis años y que no es ciertamente una edad para entregarse por completo al retiro.
Y de nuevo en marcha, perdiéndose en el primer recodo del río, haciéndome oír, como una carcajada su antipático silbido. Nos miramos a las caras: nunca he visto la desesperación más profundamente marcada en rostros humanos... ¿A qué insistir en la agonía de aquellos días como no he pasado, como no volveré a pasar jamás semejantes en la vida?
Leónido abre el zurrón que el pastor le presenta, y halla en él la corona de espinas, la lanza y los clavos; cuando torna á mirarlo, después de contemplar aquellos objetos, ve ante sí á Jesucristo en la cruz, en vez del pastor, y oye estas palabras: Ya, Leónido, llegó el tiempo En que al justo satisfagas Lo mucho que has mal llevado, Haciéndome tu fianza.
Nombré antes a los niños, y aquí repito, aunque Presentacioncita había dejado de serlo, a mí me hacía el efecto de uno de esos chiquillos sentenciosos, que con sus verdades como puños nos causan asombro y risa. Verdad es que la de Rumblar, aun haciéndome reír, me causaba al mismo tiempo tristeza.
Sin estorbo alguno, con igual seguridad y placidez que antes, proseguimos nuestros coloquios nocturnos a la reja. Yo estaba algunas veces inquieto, sin embargo, imaginando que la hora menos pensada una delación del malagueño podría concluir con ellos. Su mismo silencio me daba miedo, haciéndome pensar en terribles asechanzas. Pero Gloria no sentía preocupación alguna.
Á los pocos momentos recobró la fugitiva su buen humor habitual, y sentándose, casi olvidada del peligro reciente, exclamó: ¡La Santa Virgen me proteja! Ved cómo me he puesto de agua y lodo. De esta hecha me encierra mi madre por una semana en mi cámara, haciéndome bordar mañana y tarde la famosa tapicería de los Siete Pares de Francia.
Por otra parte, yo no tenía herederos forzosos; mis padres habían muerto cuando era muy joven, y podía nombrar a Amparo mi heredera universal. Ninguna dificultad, ningún interés representaba Amparo que me ligase a la vida. Me había galvanizado por un momento, haciéndome sentir, a mí, cadáver ambulante. Volvió mi tedio.
Mis baladronadas hicieron gracia a la vieja, y me dio mil golosinas para quitarme el mal humor. Al día siguiente me obligó a limpiar la; discreto animal, que hablaba como un teólogo y nos despertaba a todos por la mañana, gritando: perro inglés, perro inglés. Luego me llevó consigo a misa, haciéndome cargar la banqueta, y en la iglesia no cesaba de volver la cabeza para ver si estaba por allí.
Tus miradas desdeñosas pasaban por encima de mí como si yo no hubiera existido. ¿Qué edad tenías entonces? Ella vacila un instante, y responde a media voz: Catorce años y medio. ¡Ah! entonces... dice él riendo. Pero estaba muy crecida... completamente desarrollada en aquella época replica ella vivamente. No habrías comprometido tu dignidad haciéndome dar una vuelta o dos por la sala. ¡Bueno!
Palabra del Dia
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