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Yo lo siento, yo lo ; no puedo hacerla feliz. ¿Pero y su hijita? le dije... ¡Es lo único que me da ánimo y fuerza para vivir me repuso; si no fuera por ella, ¡qué solo estaría en el mundo! ¡Qué horrible sería mi desesperación! ¿No es verdad, que es una criatura encantadora?

No siendo así, no consentiría que me acompañase con tanta frecuencia, lo que puede dar lugar a suposiciones. Mire usted, el otro día decían las vecinas.... No, no es eso. Yo no la quiero a usted sólo como amigo: yo la amo... ¿sabe usted? la amo, y soy ese hombre valiente de que usted hablaba anoche, capaz de hacerla mi esposa sin dejar abandonada a la pobre Micaela.

Hacíase toda entre gallos y ratones, jumentos, raposas, lobos y jabalíes, como fábulas de Isopo. Yo le alabé la traza y la invención, a lo cual me respondió: -Ello cosa mía es, pero no se ha hecho otra tal en el mundo y la novedad es más que todo; y si yo salgo con hacerla representar, será cosa famosa.

En el espacio que tardó el leonero en abrir la jaula primera, estuvo considerando don Quijote si sería bien hacer la batalla antes a pie que a caballo; y, en fin, se determinó de hacerla a pie, temiendo que Rocinante se espantaría con la vista de los leones.

En tu vida encontrarás, Juan, una mujer mejor que ésta, ni de sentimientos más elevados. Tanto, que un día que me llevaba en un carruaje abierto, lleno de juguetes para una chiquita enferma, y al dárselos para hacerla reír y divertirla, le hablaba con tanta gracia, que yo pensaba en ti y me decía, ahora lo recuerdo: «¡Ah, si fuera pobre!» ¡, si fuera pobre, mas no lo es!

Poco, muy poco es para la categoría que usted tiene ya en el ejército; pero los tiempos corren malos lo mismo para ustedes que para nosotros. Acomódese usted por ahora, que tal vez más adelante... Di las gracias con efusión, pensando que aquel empleo me acercaría a Gloria y me facilitaría el camino para hacerla mía.

Más que por hacerla daño, la pegaba para satisfacer su orgullo; quizá hallando también cierta voluptuosidad en ello. De todos modos, no dejaba de ser curioso y extraño ver á aquella mujer, alta, fornida y arrogante, sufrir con resignación los golpes de un sujeto tan exiguo. Porque Velázquez era valiente, y lo había demostrado en varias ocasiones; pero siempre con la navaja.

Había temporadas en que, después de los ordinarios servicios de la alcoba, para los que era irreemplazable el marido, Emma declaraba que no podía verlo delante, que el mayor favor que podía hacerla era marcharse, y no volver hasta la hora de tal o cual faena de la incumbencia exclusiva de Bonifacio. Entonces él veía el cielo abierto, tomando la puerta de la calle. Se iba a una tienda.

El hombre no se movió ni hizo señal alguna de haberla reconocido. Al cabo de algunos segundos Herminia se decidió á alejarse y al volverse, vió, en una ventana del primer piso á la señorita Guichard, que la miraba. Juzgó necesario hacerla un saludo gracioso con la sombrilla y continuó lentamente su paseo, pensando: "Acaso ese viejecito era mi marido.

Su amiga de usted está por conquistar. ¡Qué ideas tiene! Por cierto que yo le voy a traer al Padre Nones. Tenemos que darle una limpia buena. En fin, me retiro, que con estas tonterías se me va la mañana». Se levantó, y Fortunata le tiró del vestido para hacerla sentar otra vez. «Una duda me queda, señora. Sáqueme de ella». Veamos esa duda... otro despropósito. ¡Ay, qué cabeza!