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46 Y hablaré de tus testimonios delante de los reyes, y no me avergonzaré. 47 Y me deleitaré en tus mandamientos, que he amado. 48 Alzaré asimismo mis manos a tus mandamientos que amé; y meditaré en tus estatutos. 52 Me acordé, oh SE

«Oh Roma afortunada, estás enrojecida con la sangre preciosa de aquellos mártires (príncipes cristianos). No por tus esplendores, sino por sus méritos (los de ellos), excedes la hermosura de todo el mundo.» ¿No está aquí claramente acusada la contraposición de la Iglesia primitiva, como potencia espiritual, frente al fausto de las potencias temporales y caedizas? Sin duda, debe de ser magnífico, imponente y maravilloso el aparato y circunstancias de contorno con que actualmente se canta este himno en Roma; pero, ¿qué dirían Boecio y su mujer si levantasen la cabeza? No se impaciente usted, que vuelvo en seguida a mi historia; pero estos preámbulos son esenciales. No le hablaré a usted de las diferentes recensiones, refundiciones y manejos que el Breviario padeció a manos de sucesivos pontífices, porque esto, probablemente, no le interesa, y, aun cuando le interesase, aquí estaría fuera de lugar. Sólo quiero decirle que la segunda edición tipo del Breviario fué publicada bajo Clemente VIII, con el concurso y dirección del cardenal Belarmino. Recordará usted, anoche se lo referí, otro Belarmino, zapatero y filósofo, padre de una chiquilla amiga mía, Angustias. Pues bien: yo no podía por menos de ver en el cardenal Belarmino algo así como la paternidad putativa o adoptiva del Breviario. El nombre de Belarmino aparece con frecuencia, y no me era dado eximirme de esta idea caprichosa. Por otra parte, yo me había enterado que Belarmino, el zapatero, no era padre, en la carne, de Angustias, sino padre putativo o adoptivo.

La del viejo dice: ¡si la vejez pudiera! Y la del jóven: ¡si supiera la juventud! Es una moralidad picaresca, punzante, pero oportuna, graciosa, habilísima: la moralidad del pueblo francés; el golpe mágico del palaustre. A su tiempo hablaré á mis lectores de una fábrica de tapicerías, titulada de los Gibelinos, la primera que existe en el mundo.

No hablaré a ustedes de los nobles y grandes señores de la corte de España que se arrastran a sus pies; y de alguno, que no les nombraré, que le ha pedido delante de su protección y su favor con tanta bajeza, que yo estaba avergonzado y Farinelli también; pero haré mención de que, para colocar a cada uno a su altura, el artista contestaba con dulzura y modestia: ¡Dios mío!

32 Y volvió a decir: No se enoje ahora mi Señor, si hablare solamente una vez: Por ventura se hallarán allí diez. 33 Y se fue el SE

23 Y aquel día no me preguntaréis nada. 24 Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido. 25 Estas cosas os he hablado en proverbios; la hora viene cuando ya no os hablaré por proverbios, pero claramente os anunciaré de mi Padre. 26 En aquel día pediréis en mi nombre; y no os digo, que yo rogaré al Padre por vosotros;

...porque ahora tomo y antes no tomaba... ¡bah!... No es eso... don... ¡Bueno, Baldomero! ¡ya basta!... ¿me entiende?... No me venga usted con pavadas que no voy a atender exclamó Melchor vehementemente. No le hablaré entonces, don Melchor. ¡, es lo más discreto! ¡y basta!

Y comprenderéis por qué, cuando sepáis lo que vengo a pedir a vuestro padrino. Bettina soltó las manos de Juan, y se volvió hacia el abate. Vengo, señor cura, a rogaros queráis escuchar mi confesión. , mi confesión... Pero no penséis en iros, señor Juan. Haré mi confesión públicamente, con mucho gusto hablaré delante de vos... y hasta pienso que será mejor así. Sentémonos, ¿queréis?

Estaba fascinada y no acertaba a contestarle... Todas las noches hablaba, como sabes, de cosas santas; con dificultad me decía algunas palabras a solas; me preguntó durante tres noches seguidas si le amaba, y a la tercera noche le contesté que ... sabes muy bien cómo nos entendíamos. Lord Gray me dijo: «Yo hablaré con Inés cerca de ti.

Tenía necesidad de dinero. Enviaba a pedir. No había. Y entonces se apelaba a varios recursos, de algunos de los cuales hablaré aquí en breves palabras. Mandaba el marqués, que, para reunirle dos mil duros, se vendiese vino, aunque fuese malbaratándole: dando, por ejemplo, el fino y potable como de quema.