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Actualizado: 28 de junio de 2025
Efectivamente, tengo esa desgracia. Lo mismo me pasa con las flores: la rosa y el clavel, las más cursilonas de la jardinería, son las que más me gustan. Pero no soy el único. Antes que yo el doctor Fausto fue decidido partidario de las cursis y por ellas vendió su alma al diablo.
No vaya usted á creer que yo voy á invocar cuestiones de gratitud, no; no voy á perder mi tiempo en tontas vulgaridades. Le he hecho llamar á usted, porque he creido que es uno de los pocos estudiantes que obran por conviccion y como á mí me gustan los hombres convencidos, me dije, con el señor Isagani me voy á explicar.
Para complacerle, me violento y procuro aparentar que me gustan las diversiones de aquí, las giras campestres y hasta la caza, a todo lo cual le acompaño. Procuro mostrarme más alegre y bullicioso de lo que naturalmente soy.
No pasé de la puerta, y ya no puedo con mi humanidad. Echóse para atrás, y mirándome por sobre las gafas agregó: Ayer escribí a López.... Tendré mucho gusto en darle a usted el empleo. Me gustan los jóvenes como usted. ¡Ya veremos! Ya veremos si encuentro en mi nuevo amanuense lo que deseo y he buscado siempre: un joven «inteligente, activo y útil...» Mañana me tendrá usted por allá.
Hay en tí no sé qué muy lúgubre; cierta tristeza y cierto desconsuelo que no me gustan, que me hacen padecer, que me hacen llorar. No parece sino que tienes poco amor a la vida. Pues óyeme: yo no pienso así, no. ¡Dios me libre de ello!
Curra... Esa Curra... que es atroz, hija, atroz... ¡No vuelvo a presentarme en público con ella!... No me gustan evidencias; no quiero escándalos... Por eso dije: aunque sólo sea este entreacto, me la quito de encima y me voy con Carmen... Gracias por la elección, querida...
Era, en fin, una hipocritona de las que saben que a los hombres no les gustan las mujeres beatas, pero tampoco descreídas, sino, así un término medio, que los hombres mismos no saben cómo ha de ser.
La de Lubimoff estaba en una de sus buenas épocas; no creía por el momento en castas y privilegios; hasta habría dado dinero á los melenudos que la visitaban años antes, y aceptó con silenciosa tolerancia los desmesurados planes de su amiga. El príncipe iba comunicando sus impresiones al coronel. Demasiado señorita. Me gustan más las otras.
Esperarme; pero al llegar conmigo á la esquina me da una disculpa cualquiera y se larga.... Y cuando coso en el Muelle, ó en alguna calle del centro, me espera en el mismo portal: allí estamos un rato hablando, y luego ... cada uno por su lado. Como usté comprenderá, esto no halaga nada á una mujer.... Por eso me gustan más los de mi parigual. ¿Y quiénes son esos? Pues los chicos del comercio.
Ella dice que sí. ¿Te gustan las rosas? continúa él. La joven vuelve los ojos hacia él. «¡Como si no lo supieras!» dice su mirada. Oye agrega él vivamente. ¿Por qué no pones ya flores en mi cuarto? Ella no responde. ¿Porque no las merezco? Me lo ha prohibido él balbucea Gertrudis. ¡Ah! eso es otra cosa dice Juan, desconcertado. La conversación termina de pronto.
Palabra del Dia
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