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Actualizado: 28 de junio de 2025


Un poco más alto, que no te cubra el cuello. ¡Ah! ¿y las camelias?... ¿Esas son? ¡Qué lindas son! ¡qué lindas son!». Y la segunda vez dijo esto más despacio y lentamente como si las fuerzas le faltaran y se le fuera el alma en ello. ¿De veras que te gustan tanto? ¿Qué flores te vas a poner ? Lucía, como confusa: sabes: yo nunca me pongo flores.

Y me explico tambien, por qué dos versos de la poesía inglesa, de la poesía sajona, de la poesía scita, esto es, de la poesía del Septentrion, me gustan más, muchísimo más, que todo lo que ha dicho la poesía italiana, inclusa la majestuosa poesía del Dante, acerca de un principio supremo.

«Ello será de mal tono decía cosa de pobretes, pero todos mis convidados quedan contentos de tal servicio». «Porque tengo observado añadía que a las señoras no les gustan, por regla general, los criados; no se fijan en ellos, y a los hombres siempre les gustan las buenas mozas, aunque sea en la sopa». Paquito había acogido con entusiasmo la innovación de su mamá diciendo: «¡Eso es!

Mejor: así la veré á usted más veces. Y le saldrá á usté muy cara la obra. Á ese precio vaya usted haciéndome camisas. Pues ya que no regatea usté el tiempo, voy á robarle hoy un cuarto de hora. ¿Para charlar?...; aunque sea medio día. No, señor, para ir á una tienda que está junto á la calle Alta, á comprar ... cuatro cuartos de orejones, que me gustan mucho.

De Pas se detuvo, se volvió, le miró desde arriba con lástima y disimulando la ira, y le dijo lo menos malo de cuanto se le ocurría: Parece mentira que sea usted cazador. Soy cazador en seco, compadre, pero esto es el diluvio, y un bombardeo... y las arañas se me meten en el estómago... y sobre todo a me gustan las acciones heroicas que tienen alguna utilidad.

Esto se verifica ahora como en tiempo de Pascal; basta observar al comun de los hombres para echar de ver cuán pocos son los que gustan de semejante tarea, mayormente tratándose de mismos. Buenos resultados del reflexionar sobre las pasiones.

La señora de Rubín miraba los trastos que obstruían el cuarto. Sin duda buscaba algún mueble debajo del cual se pudiera meter. «Vamos al caso prosiguió la otra, dando un castañetazo con los labios . Yo soy muy clara en todas mis cosas; no me gustan comedias. Me he comprometido a hablar con usted.

Pero me gustan tanto los niños, que tengo verdadera manía por ellos, y los ajenos me parece que deberían ser míos... y, créalo usted, no tendría escrúpulo de conciencia en robar uno, si pudiera... Pues yo también, si pudiera... declaró Fortunata, que no quería ser menos que su rival en aquello de la manía materna. ¿Pero es que se le han muerto a usted, o que no los ha tenido?

¡Ah, mis adoradores! exclamó ella riendo . No me hable de ellos; estoy harta... Le advierto, señor, que yo detesto a los muchachos. ¡Gente egoísta e insufrible! Me gustan más los hombres serios y de cierta edad. Saben querer mejor; rodean a una mujer de mayores atenciones.

¿Cómo has venido esta noche por acá? le preguntaba ella. Yo pensé que estarías en la lumbrada de la Pola. Ya sabes que no me gustan las lumbradas. No digas eso: que te tiraba más la querencia hacia Lorío, aunque sea mentira replicaba ella clavándole una mirada enloquecedora. ¡Oh, no es mentira! , es mentira, embustero, es mentira... ¿Ves cómo te pones colorado?... ¡Porque es mentira!

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