Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 21 de junio de 2025
Aunque era seguro que Emma había llegado a saber que su esposo era o había sido amante de su amiga la Gorgheggi, y hacía la vista gorda, al fin no había que estirar la cuerda; tal vez si se desafiaba su dignidad de esposa burlada, pensaba y decía a su cómplice Bonifacio, tal vez estallase la cuerda y hubiese una de pópulo bárbaro.
Bonis se levantó, y contempló a la Gorgheggi dormida: Esa mujer adorada no sabe que yo la soy infiel. Que hay horas de la noche en que me dan un filtro hecho de terrores, de fuerza mayor, de recuerdos, de costumbres del cuerpo, de sabores de antiguos placeres, de olores de hojas de rosas marchitas, de lástima... y hasta de filosofías... negras....
Sí, disparates para dichos, pero no para pensados.... En fin, ¿qué tengo yo que ver con ella? Nada. Probablemente Emma no me dejará volver al teatro...». Y se durmió pensando en la frente y en la voz de la Gorgheggi. Al día siguiente, a las doce de la mañana había ensayo, y allí estaba Bonifacio, más muerto que vivo, barruntando la escena que le preparaba, de fijo, su mujer, a la vuelta.
La Gorgheggi miró en rededor, se aseguró de que no había testigos, le brillaron los ojos con el fuego de una lujuria espiritual, alambicada, y, cogiendo entre sus manos finas y muy blancas la cabeza hermosa de aquel Apolo bonachón y romántico, algo envejecido por los dolores de una vida prosaica, de tormentos humillantes, le hizo apoyar la frente sobre el propio seno, contra el cual apretó con vehemencia al pobre enamorado; después, le buscó los labios con los suyos temblorosos....
Lo que te anuncio es que si seguís gastando como hasta aquí, la quiebra es segura.... Estáis puede decirse que arruinados. Emma ha gastado como una loca, y tú, tú no me lo negarás... le diste el ejemplo... tú la arrastraste a esa vida imposible. Y todos sabemos por qué. Todos exclamó con solemnidad Sebastián, que había perseguido en vano a la Gorgheggi, y todavía la solicitaba.
Lo cierto era que la Gorgheggi no amaba a su tirano y le había sido infiel de todo corazón desde la primera vez; pero al verse vendida, le dolió el orgullo; creía que Mochi estaba loco por ella, y cuando advirtió que era cómplice de sus extravíos, lo cual demostraba que no había tal pasión por parte del tenor, se sintió más sola en el mundo, más desgraciada, y experimentó el despecho de la mujer coqueta que, sin querer ella, desea que la adoren.
La Gorgheggi era mucho más alta que Emma, y esta, a su lado, sentía como una protección varonil que la encantaba; además, aquello de ver de cerca, tan de cerca, lo que estaba hecho para que todo el pueblo lo mirase y lo admirase de lejos, la envanecía, y satisfacía una extraña curiosidad; la envanecía más el pensar que a ella sola, a Emma, se consagraban ahora aquellas sonrisas, aquellas miradas, aquellas palabras, que eran ordinariamente del dominio público.
Entre alemanes e italianos... verdaderos y falsos, se había establecido una especie de pacto, tácito al principio, después muy explícito, para protegerse mutuamente. Los de la fábrica, Körner e hija, ayudaban a los del teatro; los del teatro, Mochi, Minghetti y Gorgheggi, ayudaban a los de la fábrica.
Pero en la noche en que, al arrancar la diligencia de Galicia, Bonis, subiéndose de un brinco al estribo de la berlina, pudo, a hurtadillas, dar el último beso a la Gorgheggi, sintió que su pasión no había sido una mentira artística, porque con aquel beso se despedía de un género de delicias intensas, inefables, que no podrían volver; con aquel beso se despedía del último vestigio de la juventud.
¡Ah, el Sr. Reyes!... ¡Reyes herido!... ¡Una desgracia!... Antes que él pudiera desmentir la noticia, había llegado al cuarto de Mochi y al de la Gorgheggi. Ambos acudieron a todo correr, asustados.
Palabra del Dia
Otros Mirando