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No era extraño, pues, que tuviese esperanzas de que a la postre lograse reducir a su marido. Gonzalito procuraba alimentárselas, pero en el fondo dudaba mucho de ello, porque su claro papá era más tozudo que un caballero de la Tabla Redonda. Vencida la indiferencia del público, o por mejor decir enardecido ya por el aplauso, el tercer acto fue un gran triunfo para el autor.

La hija de Escudero, persuadida al cabo de que al marquesito del Lago se le paseaba el alma por el cuerpo y que no era más que un hermoso pedazo de carne, enderezó sus tiros al primogénito de los duques del Real-Saludo, Gonzalito. Este no era un pedazo de carne, sino más bien de hueso.

Sonriendo nerviosamente y con voz aguda y extraña, se dirigió a don Feliciano Gómez, que era la única persona que allí había: Ya sabrá usted que la z... de mi mujer se ha escapado con su chulo, ¿eh? Don Feliciano le miró sorprendido. Aunque era hombre que entendía poco de sonrisas, al verle sonreir de aquel modo se sintió sobrecogido, y le contestó con tristeza: , Gonzalito, .

Y variando de conversación púsose a contar a Currita una historia muy chistosa de la duquesa de Bara, que se hallaba un poco más abajo, en el palco de los consortes López Moreno, restaurados ya en su trono de Matapuerca. Lucy se casaba al fin con Gonzalito, conformándose la duquesa a tragarla por nuera. Paco Vélez se lo había dicho.

Beatriz entrega el ducado, el otro perdona la deuda, y pata... Pero lo más chistoso es que Lucy dota a Gonzalito en cuatro millones... ¡Qué delicia!... De modo que, en caso de viudez, Gonzalo quedará siempre prince douairier, es decir, douairier de Matapuerca.

¡Era la madre de los pobres! ¡Nunca hubo puerta de más caridad! ¡Dios nuestro Señor la llamó para y la tiene en el Cielo al lado de la Virgen Santísima! ¡Era la madre de los pobres! La cocina, en la casona de Flavia-Longa. Don Rosendo, Don Mauro y Don Gonzalito, se desayunan con migas y buen vino, al amor de la lumbre.

Era un caballero tan almidonado y tan tieso que a serlo de igual modo el noble fundador de su estirpe fuera imposible que hiciese al rey aquel saludo que le valió el ducado. Naturalmente mientras este señor no se ablandase un poco con la humedad no había que pensar en boda, porque Gonzalito tenía más miedo a su padre que al mar embravecido.

En efecto, la florista se estaba abriendo paso por la fila posterior de butacas para entregar un ramo de flores a cada una. Escudero rebosaba de contento y su digna esposa igualmente. Pero Araceli se mostraba en absoluto indiferente al triunfo de su primo. Su corazón virginal no latía ya sino con los recuerdos feudales, y Gonzalito Ruiz Díaz era el encargado de refrescárselos.

A ver, Gonzalito, déjeme usted ese sitio; quiero estar al lado de Araceli. El pintor se mordió los labios de coraje. Cuando pocos minutos después llegaron al Escorial estaban allí esperándolos Reynoso y casi todos los invitados que habían asistido a la fiesta.

Sobre la encrucijada de dos caminos aldeanos, un campo de yerba humilde salpicada de manzanilla, donde hay un retablo de ánimas entre cuatro cipreses. Es paraje en que hacen huelgo los caminantes, y rezan las viejas, anochecido. Don Rosendo, Don Mauro y Don Gonzalito, descansan al pie de los cipreses, con los caballos del diestro.