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Actualizado: 26 de junio de 2025
Su primer cuidado fue alejar a las mujeres que la rodeaban; después me dijo: «No le hable de mi desmayo.» Y cuando él se lanzó hacia ella con el rostro pálido, Gertrudis se mostró muy alegre en apariencia y le dijo: «Me hace daño el zapato; nada más.» ¿Y entonces? Entonces se la llevó. Pero alcancé a ver que se ponía a sollozar escondiendo la cara en el hombro de su marido.
A su Guillermina, Que se erguía ante él envuelta en un sudario. Al llegar a eso, Gertrudis se estremece; y, llena de angustia, con sus grandes ojos azorados, mira fijamente delante de ella, a través de la sombra del crepúsculo... pero su sonrisa pone de manifiesto, al mismo tiempo, un delicioso éxtasis. Pero lo maravilloso en ese cuaderno es una composición titulada: La bella molinera.
El corazón de Juan late violentamente. Surge del fondo de su alma el presentimiento de que van a cometer una falta. La cosa quedará entre nosotros, Juan, dice Gertrudis en tono zalamero. El cierra los ojos. ¡Qué hermoso sería tener un secreto con ella!
Conde, en alabanza de nuestra gran poetisa doña Gertrudis Gomez de Avellaneda; pero temo repetir lo que ya en algunos escritos míos, a que me remito, dije de sus obras líricas y de alguna dramática.
Doña Gertrudis se hallaba padeciendo un ataque fortísimo, del cual se temió que no saliese. Volvió en sí, pero fue para caer en seguida en otro. ¡Qué noche tan angustiosa! Don Máximo y la señora de Ciudad se quedaron con la pobrecita Marta para velar a la enferma. Ricardo tampoco quiso dejar la casa.
Las palabras conmovedoras del poeta brotan de sus labios como un canto. Los viajes son la pasión del molinero... Gertrudis deja oír una alegre exclamación y marca el ritmo dando con el pie en los montantes de la esclusa. He oído murmurar un riachuelo... Gertrudis contiene la respiración, esperando lo que sigue: He visto brillar el techo de un molino...
Juan guarda silencio, y Gertrudis le pasa fuertemente el cepillo por la espalda. Apuesto cualquier cosa a que todavía no os habéis besado. Gertrudis deja caer de pronto el cepillo. Juan dice: «¡hum!» y se entrega afanosamente a la tarea de hacer girar a lo largo del cepillo de hierro que hay delante de la puerta una de las rosetas de sus espuelas. ¡Es preciso! ¡Vamos!
Entonces lanza una mirada recelosa a Gertrudis, que estatua viva de la inocencia, canturrea melancólicamente la tonada: En un fresco valle. Sin embargo, entretanto fabrica a hurtadillas las bolitas de pan que le sirven de proyectiles. Juan reprime un acceso de risa y coge disimuladamente una rama de viña, de la que penden todavía algunos racimos secos del año anterior.
Diga usted conmigo el credo manifestó el confesor tomando un tono más solemne . Creo en Dios Padre..., todopoderoso..., creador de cielo... y de la tierra. Doña Gertrudis repetía borrosamente las palabras del cura, y como si no se fijase en lo que hacía. Miraba al techo con singular insistencia, mientras las facciones de su rostro se descomponían precipitadamente.
Le he prohibido que haga eso conmigo y te da a ti esa mala broma. Por eso estás hoy tan pálido. ¿Pálido, yo? No lo creo. No le digas nada. Yo le prohibiré que haga estas tonterías. Y bajan los dos juntos. No se ve a Gertrudis en ninguna parte de la casa. Está en el jardín desde las cinco dice Martín sonriendo con complacencia.
Palabra del Dia
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