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Actualizado: 26 de junio de 2025
Ella está allí, con un chal claro en los hombros... ¡tan pálida y tan bella! ¡Estoy soñando! Di orden para que no viniese el carruaje sino mañana al amanecer. ¿Quiere marcharse Gertrudis? pregunta Juan impresionado. Gertrudis tiene que irse dice la joven. Y con los ojos llenos de lágrimas le dirige una mirada, en la que se esfuerza por poner una sonrisa.
Una fuerza misteriosa lo arroja de allí; el suelo del patio le quema los pies. Se dirige a través de la pradera hacia la presa, hasta el sitio donde ha estado sentado con Gertrudis. Sobre el césped brilla el zapato azul, y a poca distancia la larga media, tan fina... ¡Gertrudis ha entrado cojeando, con un pie desnudo, sin notarlo!
Durante tres días más, el suceso es para los jóvenes un manantial de alegría, que saborean en secreto. El domingo, Martín va al pueblo a cobrar deudas viejas; no volverá antes de la noche. Los molineros se han ido a la taberna. El molino está desierto. Voy a despedir también a las criadas dice Gertrudis a Juan. Estaremos entonces completamente solos y podremos hacer alguna cosa. ¿Qué cosa?
Pues voy a avisárselo a Carmen para que se alegre, replicó la anciana... ¡si viera Vd. como ha llorado, hermano cura, temiendo que no viniera! ¡Pobre muchacha! Que no tenga cuidado, Gertrudis, que no tenga cuidado. Aquí hay algo de amor, amigo mío, me atreví a decir al cura.
Me placía dibujarla en la corteza de los árboles... Gertrudis lanza un profundo suspiro y cierra los ojos. Y sigue la lectura, con los sueños del joven molinero ebrio de amor, hasta este grito de alegría, que domina el canto de los pájaros, el murmullo del arroyo, el ruido de las ruedas. ¡La hermosa molinera es mía!
Y puesto que para cerrarle los ojos la mala muchacha tiene que tirar su pañuelo al agua, eso prueba que el dormido no reposa en la orilla, sino en el fondo. Gertrudis oculta su rostro entre las manos y estalla en sollozos convulsivos; y, como Juan quiere continuar la lectura, le dice: ¡Basta! ¡basta! Gertrudis, ¿qué tienes? Ella le hace la seña de que la deje.
Se aprieta contra Juan, y, echando a su alrededor una mirada temerosa, saca del bolsillo una llavecita atada a un cordón de negro. ¿Qué es esto? pregunta en voz baja. Juan lanza una ojeada hacia la puerta y mira a Gertrudis como interrogándola. Ella hace un signo con la cabeza. ¡Colócala en su sitio! exclama él asustado.
Al fin, Martín, lleno de lástima por el pobre diablo, lo hace entrar en el cuarto de los criados y dice a Gertrudis, que de tanto reír tiene los ojos llenos de lágrimas, que vaya a buscarle un traje viejo de trabajo. Al mediodía, durante la comida, los jóvenes cuentan a Martín la broma que tan bien les ha salido.
Entraron en la habitación contigua, que era la de doña Gertrudis, la cual les aseguró que por allí no había parecido casta de Menino alguna, aun cuando ella tuviese en la cabeza una verdadera pajarera que le impedía sosegar un instante; y en su consecuencia pasaron al cuarto inmediato, que era el de Marta.
Doña Gertrudis dijo que se hallaba más tranquila, y apretando la mano a su hija María le dio las gracias por haberle procurado la dicha de comulgar. Era de esperar la mejoría. Todas las señoras la encontraban muy natural y aseguraron a la enferma que no tardaría en ponerse buena. Dios todo lo puede, doña Gertrudis.
Palabra del Dia
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