Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 26 de junio de 2025


puedes estar de vuelta en media hora añade Martín, que toma el silencio de Juan por mal humor. Juan menea la cabeza y responde, lanzando una mirada a Gertrudis, que él también está cansado. ¡Entonces, Dios os acompañe, hijos míos! dice Martín. Y cuando me haya librado de mis amigos iré a buscaros.

Esta maniobra se repite cuatro o cinco veces y le da siempre la victoria; pero al fin otro, que no carece de valor, descubre su táctica y la aplica mejor todavía. Ante ese espectáculo, Gertrudis siente grandes ganas de reír; quiere reprimirlas a la fuerza, se mete el pañuelo en la boca y contiene la respiración hasta que el rostro se le pone morado.

Pero Gertrudis le suplica tanto, que tiene que acceder a sus deseos. Ven esta tarde conmigo a la presa dice; tengo que hacer allá. Nadie nos incomodará entonces, y te lo leeré siempre que... naturalmente... Y guiña el ojo en dirección al despacho. Gertrudis hace una señal con la cabeza. Se entienden a maravilla.

Al oír esta frase siniestra, un escalofrío recorre el cuerpo de Gertrudis. «¿Sabe algo? ¿Se lo ha confesado todo Juan? ¿Ha descubierto por casualidad el secreto?... ¿O no tiene más que sospechas?...» Y desde entonces se llena de terror delante de ese hombre; y se consume de pasión por el otro, a quien ha despedido para siempre.

Penetran juntos en el jardín que el sol inunda con sus rayos ardientes, y respiran más libremente bajo la bóveda de verdor que los envuelve en su fresca sombra. Gertrudis se echa negligentemente sobre el banco de césped y coloca bajo su cabeza, a guisa de almohada, sus brazos, bruñidos por el sol.

Juan menea la cabeza riendo y se mete en la cama; pero no puede dormirse a causa de las flores que Gertrudis ha puesto a la cabecera y cuyas hojas llegan hasta el borde del lecho. Con los manojos de lilas violáceas se mezclan los narcisos de cáliz estrellado de suave blancura. Se vuelve, después de arrodillarse en la cama, y hunde su rostro en las flores.

Entonces, cediendo a un violento impulso, Juan hace girar la llave; por la puerta, abierta de par en par, les llega de la ventana un rayo de luz ofuscadora. En el rostro de Gertrudis se pinta el desencanto. Tiene delante de ellos una pieza muy sencilla, amueblada como el despacho de un comerciante, con las paredes peladas y blancas.

Con los ojos brillantes, el rostro lleno de tierra y los cabellos cubiertos de telarañas, Gertrudis sale del escondrijo lanzando gritos de alegría; cuando Juan se ha cerciorado de que no hay error, el consejo de guerra se reúne y delibera. ¿Conviene enterar a Martín del secreto? No; se incomodaría y acabaría por echarles a perder la broma. Juan tiene una idea.

Pero, cuando quiere caminar, sus rodillas se doblan bajo su peso. Ya ves, no puedo dice con triste sonrisa. Bueno, te llevaré yo dice él abriendo los brazos. Se escapa un murmullo de los labios de Gertrudis, mitad de júbilo, mitad de queja; un momento después, su cuerpo, levantado del suelo, está en los brazos de Juan.

Y después: Florecillas que me dio ella, Que os pongan a todas en mi tumba. Los ojos de Gertrudis están húmedos de lágrimas, pero la joven sigue confiando en la desaparición del cazador y en la conversación de la molinera. No puede, no debe ser de otro modo.

Palabra del Dia

irrascible

Otros Mirando