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Actualizado: 21 de noviembre de 2025
Prefiero tener un bastardo a quien besar todas las mañanas, que oír a un marqués que le llame a usted mamá. Sé repuso Germana que el niño era de usted; pero usted lo dio. Ni usted puede reclamarlo ni menos yo entregárselo. Lo pediré ante los tribunales. Revelaré el misterio de su nacimiento. Nada arriesgo al presente: mi marido ha muerto, y ya no me matará. Perderá usted el pleito.
Vivía aún y la enfermedad parecía haber hecho un alto, lo mismo que un viajero descansa en una posada para continuar con mayor vigor al día siguiente. Germana estaba siempre débil durante el día, febril y agitada al aproximarse la noche. El sueño le negaba sus favores, su apetito era caprichoso y rechazaba los platos con disgusto desde el momento que los había probado.
¡Tú eres mi hijo, mi hijo! No eres tú, es mamá Germana. ¿No tienes otra madre? Sí; mamá Nera. Está en casa mamá Vitré. Para él todas son madres suyas menos yo. ¿No recuerdas haberme visto en París? ¿Qué es París? Yo te daba bombones. ¿Dónde están tus bombones? Vamos, los niños son hombres pequeños; la ingratitud les brota con los dientes. Marqués de los Montes de Hierro, escúchame bien.
El duque respondió que su hija se consideraba muy honrada por la elección del señor de Villanera. Se fijó de común acuerdo el día de la boda y la duquesa fue a buscar a Germana para presentarla a la viuda. La pobre niña creyó morir de espanto al compararse con aquel espectro de mujer.
La villa y el jardín respiraban alegría, esperanza y amor. No se oían más que palabras de cordialidad y francas carcajadas. Los huéspedes rivalizaban en ingenio y en buen humor, y Germana se sentía renacer al dulce calor de todos aquellos corazones devotos que latían por ella. Si algunas veces atizaba el fuego por una inocente coquetería, es porque quería asegurar la conquista de su marido.
El ángel voló sonriendo hacia la enferma, ella abrió los brazos para recibirlo y el movimiento que hizo la despertó. Al abrir los ojos, vio entrar a la vieja condesa con traje de viaje y al joven Gómez trotando a su lado. El niño sonrió instintivamente a aquella linda muñeca blanca con cabellos de oro, e hizo ademán de querer trepar a la cama. Germana intentó ayudarle, pero no era bastante fuerte.
En una iglesia no quiero encontrarme al amante, al poeta, al caudillo, sino á mi creador. No me gusta encontrar allí mi genealogía humana; para eso iria al teatro; quiero encontrar mi genealogía divina, porque para eso voy á la iglesia. Y ahora me explico por qué me gusta más, cuando estoy en un templo, la música del Norte, la música germana.
Germana le dijo , he comido con un joven inglés que ya le enseñaré mañana. Estaba más enfermo que usted, según asegura; el cielo de Corfú le ha curado. ¿Quiere usted que nos marchemos a Corfú?
Pasando por el paseo de los Ingleses, don Diego había hecho el elogio de una linda villa pintada de color de rosa y rodeada de un jardín de naranjos. Pero Germana se aburría de ver desfilar todo el día una interminable procesión de tísicos. Los condenados que se destierran a Niza tienen miedo los unos de los otros y cada uno de ellos lee su destino en la palidez del vecino.
Además, el arsénico rebaja la fiebre, abre el apetito, facilita el sueño, restablece las carnes y no perjudica el efecto de los otros medicamentos, ayudándolos algunas veces. El señor Le Bris había pensado muchas veces en tratar a Germana por este método, pero un escrúpulo bien natural le detenía. No estaba seguro de salvar a la enferma y aquel diablo de arsénico le recordaba a la señora Chermidy.
Palabra del Dia
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