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Actualizado: 21 de noviembre de 2025
La señora de Villanera servía, sin saberlo, este secreto deseo de Germana, reteniendo a su lado a la señora de Vitré, con la que cada día se sentía más identificada. Don Diego no había llegado aún a ese punto en que un amante soporta impacientemente la compañía de los extraños; su cariño por Germana era aún desinteresado.
Germana se desmayó en su presencia. Más tarde ha confesado que aquella fisonomía dura la espantó y que había creído ver entrar al hombre que debía enterrarla. En cuanto a él tampoco se sentía muy a gusto. No obstante, encontró algunas frases de cortesía y de reconocimiento que conmovieron a la duquesa. Volvió todos los días, sin su madre, mientras se publicaban las amonestaciones.
Inglaterra habría conseguido un buen tratado de comercio, cien millones en metálico y cincuenta leguas de territorio. ¿Lo cree usted? preguntó el señor Dandolo. Estoy seguro. Pues bien, ¿para qué discutir más? Soy de igual opinión. ¿Qué es esa historia de Ky-Tcheou? preguntó Germana. ¿No ha leído usted eso, señora? Nosotros no vemos ningún periódico aquí, a excepción de usted, querido conde.
No os podéis imaginar con qué tierna solicitud, con qué piedad respetuosa Germana le obligó a tomar algún dinero y la duquesa le vistió y le peinó para que fuese a cenar fuera de casa. Volvió a las dos de la madrugada. Su mujer y su hija oyeron unos pasos desiguales en el corredor. Pero ni una ni otra abrieron la boca y procuraron hacerse creer mutuamente que dormían.
En aquel momento entró la señora de Villanera con el conde y el señor Le Bris. Querida condesa dijo Germana , ¿es absolutamente necesario que me enviéis a Italia? Para lo que he de hacer, mejor estoy aquí, y además no quisiera que mi madre dejase París. ¡Pues que se quede! respondió la condesa con su vivacidad española . No tenemos necesidad de ella y yo la cuidaré a usted mejor que nadie.
Germana asistía desde su cama a los combates interiores que sostenía la duquesa. A fuerza de sufrir juntas, la madre y la hija habían llegado a entenderse sin decir nada y a no tener más que un alma para las dos. Un día, la enferma declaró rotundamente que no abandonaría Francia. ¿Es que no estoy bien aquí? decía . ¿Qué necesidad hay de agitar al viento una antorcha que se extingue?
Si al juicio que de Fernando V hace su contemporáneo el primero de los maestros políticos de la ciencia del gobernar despues de Cornelio Tácito, juntamos las malas acciones que este rei ejercitó en daño de los pueblos de España, á que se allega su casamiento en pos de la muerte de su primera esposa doña Isabel con la reina Germana para tener de ella descendencia, i que se quedasen en una corona los reinos de Castilla i Aragon, se verá que no fué tan grande este monarca como algunos, fiándose de escritores dominados por la adulacion i el miedo, han asegurado inconsideradamente i contra toda razon i justicia.
No mostraba la menor extrañeza cuando veía una buena comida sobre la mesa, y era demasiado discreto para preguntar a su mujer cómo la había logrado. Si la comida era magra, se condolía humorísticamente y sonreía a la mala fortuna como otras veces a la buena. Cuando Germana empezó a toser, bromeó alegremente sobre tan mala costumbre.
Don Diego no sabía reír y la risa de su madre se asemejaba a una mueca nerviosa. El doctor, franco y alegre como un champañés, parecía dar la nota discordante cuando arrojaba su grano de sal en la conversación. Germana aun tosía alguna vez y conservaba en su cara la expresión inquieta que da el presentimiento de la muerte.
Poetas, pintores, apaches, inventores... En los cristales amarillentos se reflejaban las chalinas y las pipas, y, a veces, como una aparición de balada germana, la linda cabecita de paje rubio de Betina Jacometi, una genial pintora holandesa, a quien la policía metió en la cárcel sin más razón que la de fumar cigarrillos por las calles y ser muy extraña.
Palabra del Dia
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