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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Aunque pronunciadas estas palabras en tono jocoso, Elena, que conocía bien a su marido, descubrió en la inflexión de la voz un poco de cólera. En efecto, don Germán estaba enterado de la escena de Tristán con su amigo y pariente Cirilo. Visita se la había contado en secreto a Elena y ésta también en secreto a él.

Sería mucho si la felicidad de los demás fuera la nuestra; si supiésemos salir de nosotros mismos. Tristán soltó una carcajada. Don Germán se puso un poco colorado. Comprendo bien que en estos asuntos no estoy en disposición de medirme con los que como los estudian y los discuten a diario...

Se adelantó él efectivamente y cuando hubo llegado salieron de pronto los enjambres y le cubrieron todo, cabeza, rostro, manos, como si de repente hubiera quedado negro. Un grito de susto salió de todas las bocas. ¡No hay cuidado! exclamó don Germán en voz alta . No se muevan ustedes.

Germán aceptaba inmediatamente, y estaba dispuesto a convertirse en diligencia si Ana aceptaba el cargo de mula, o viceversa. No era eso. La niña quería ir a tierra de moros de verdad, a matar infieles o a convertirlos, como Germán quisiera. Germán prefería matarlos; y dicho y hecho se metían en la barca, mientras el barquero dormía a la sombra de un cobertizo en la orilla.

«Va a salir la de D. Germán en la capilla de los Dolores... Hoy reciben congrio en la casa de Martínez; me han enseñado los despachos de Laredo... llena eres de gracia; el Señor es contigo... coliflor no hay, porque no han venido los arrieros de Villaviciosa por estar perdidos los caminos... ¡Con estas malditas aguas...!, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús...».

Don Germán, que advirtió en seguida estas cualidades, le protegió con toda decisión; le nombró su administrador y su agente, y logró que Escudero hiciese lo mismo.

No sabía ya dónde dirigirse, porque los establecimientos de este género no son muy frecuentes en el barrio de San Germán; no obstante, como el duque no podía comenzar el año ayunando, entró en un pequeño establecimiento de bisutería de la encrucijada del Odeón donde vendió su anillo por once francos. El mercader prometió conservarlo tres meses, por si quería ir a buscarlo.

¿Tienes frío? preguntaba Germán. Y Ana respondía, con los ojos muy abiertos, fijos en la luna que corría, detrás de las nubes: ¡No! ¿Tienes miedo? ¡Ca! Somos marido y mujer decía él. ¡Yo soy una mamá! Y oía debajo de su cabeza un rumor dulce que la arrullaba como para adormecerla; era el rumor de la corriente.

Sobre las dos gradas que formaban el presbiterio había, a la izquierda del retablo, una especie de armario de cristales, embutido en la pared, donde se guardaban reliquias: allí se dirigió Currita, mandando a Germán que abriese la puerta.

A la llegada de los dos santos, toda la ciudad se reunió en la plaza, como para oir y admirar la palabra de aquellos virtuosos varones. San German habla á la multitud, y en medio del profundo silencio y de la profunda veneracion con que le escuchaban, se oyen sollozos. San German calla, las gentes se miran, se interrogan, buscan.... La que lloraba era una muchacha de Nauterre.

Palabra del Dia

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