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Actualizado: 4 de junio de 2025
Señor, en nombre del Cielo, piense que el desgraciado espera la muerte... LA MULTITUD. ¡Viva el alcalde! ¡viva el rey absoluto! EL ALCALDE. Ya has oído, obra. EL GITANO. ¡Por fin! EL VERDUGO. ¡No, señor! EL ALCALDE. ¡Cómo! EL VERDUGO. Me han hecho venir de Córdoba para dar garrote al reo, pero no para cortarle la mano.
Como que no es otra cosa que un garrote de panojas de la otra cosecha que estoy poniendo encima de tu cuarto. Á buena hora te has acordado de hacerlo. Como los criados han estado cogiendo todo el día en la mies, no se ha podido hacer hasta ahora. Ya podías haber avisado antes, ó dejar la operación para mañana.
El cura llamaba a Ramón a su casa, se encerraba con él en una habitación, tomaba un garrote y le obligaba a firmar el correspondiente recibo. Por medio de estos procedimientos teológicos D. Miguel infundía la moral evangélica entre las almas encomendadas a su cuidado. No eran de su agrado las novedades en el culto.
Aún no hace veinticuatro horas que hemos tenido el gusto de raptaros, y ya hay entre nosotros discordias y malas inteligencias. CLEOPATRA. ¡Qué insolente! ¿Os figuráis acaso que por el mero hecho de enarbolar ese garrote con la rodilla blanca tenéis derecho a decir porquerías? Señora, bien se ve que tenéis un noble corazón, y me tomo la libertad de pediros un gran favor.
Levantóse muy paso con su garrote en la mano, y al tiento y sonido de la culebra se llegó a mí con mucha quietud, por no ser sentido de la culebra; y como cerca se vio, pensó que allí en las pajas do yo estaba echado, al calor mío se había venido.
Algunos rebeldes, que no gozaban del señoril derecho de morir descabezados, fueron arrastrados por las calles, en un serón de infamia, hasta el garrote. Así quedó vengada la defensa de Antonio Pérez y roto para siempre el brío de aquel soberbio Aragón, que sólo cada tres años se dignaba arrojar en las arcas del Rey su arrogante limosna.
Jerónimo, en pie detrás de Catalina, con las manos cruzadas sobre un garrote, casi tocaba el carcomido techo con su gorro de piel de nutria. Todos estaban tristes y desanimados. Hexe-Baizel, que levantaba de vez en cuando la tapadera de una olla, y el doctor Lorquin, que rascaba la cal de la pared con la punta de su sable, eran los únicos que conservaban su aspecto habitual.
Y sin pérdida de tiempo se introdujo en el palomar. ¡Desdichado! La traición le acechaba. Apenas puso allí la planta, un pesado garrote con furia manejado le hizo pagar cara su osadía. El criminal comenzó a arrastrarse por el suelo dando mayidos bien lastimeros. Su feroz agresor le contempló estupefacto con ojos extraviados, los brazos caídos y respirando anhelante.
Desde el fusilamiento de los sesenta compañeros de Manzanares y los veinticuatro de Alicante, el 8 de Mayo, hasta el de los sargentos del 22 de Junio, no ha pasado año sin alguna brutalidad semejante: exceptuando a los Zurbanos, y la muerte de Mariana de Pineda, para quien fue preciso hacer un garrote nuevo, porque tenía el cuello muy delgadito...
Esta mañana todavía estaban en el mismo sitio los dos pedazos del palo:... aquí los traigo para que nadie me llame embustero. Y el glorioso hijo de la tía Jeroma sacó por debajo de la chaqueta que llevaba sobre el hombro los dos cachos del garrote, mudos testigos de su valor indomable. Nolo los contempla con expresión irónica y dice riendo: ¡Lástima de palo!
Palabra del Dia
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