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Actualizado: 17 de noviembre de 2025
Las dos de la tarde acababan de dar en el gabinete, amueblado con el lujo aparatoso e insolente propio de una cortesana vulgar enriquecida de pronto, cuando Magdalena envuelta en ligeras ropas de levantar y aún tembloroso el cuerpo por el frescor del baño, atizó los leños de la chimenea, y aproximando al fuego el mueblecillo que le servía de tocador, extendió sobre él un lienzo guarnecido de puntillas, encima del cual fue colocando cepillos, peines, tatarretes, frascos, polvoreras y cuanto había menester para peinarse.
El semblante de la señora no revelaba tan sólo recelo, sino profunda pena, y cuando llamó a su sobrino para encerrarse con él en el gabinete, este sintió desvanecerse su valor. Quitose la señora el manto y lo puso sobre la cómoda bien doblado.
Entró en la sala y vio luz en el gabinete. Allí estaba sin duda. Pasó adelante y le halló sentado en una butaca fumando. Desde la primera mirada comprendió Isidora que la gresca sería fenomenal. Isidora afectó indiferencia, dejándose caer en el sillón con la pesadez propia de su cansancio.
Julita soltó una estrepitosa carcajada, cuyos ecos llegaron hasta el gabinete de Miguel. «¿De qué se reirá aquella loca?» se preguntó éste sonriendo también frente al espejo mientras se aderezaba para salir. ¡Miguel! ¡Miguel! gritó su hermana desde el pasillo. Ven aquí, por Dios; ¡mira, por tu vida!
Todo aquello era el «gabinete de lectura». Frontero a él, es decir, en el otro extremo del corredor y con luces a la plaza, el gran salón: la mejor pieza del Casino; salón de tertulia, de tresillo, de billar y de café al mismo tiempo, y de baile cuando llegaba el caso.
En cuanto a las habitaciones de ésta, no perdoné gasto ni cuidado, y quedé satisfecho. El dormitorio, el tocador, el cuarto de labor y el gabinete de Amparo eran sumamente bellos y ricos, en medio de una gran sencillez. Sólo se esperaba para efectuar el casamiento la llegada de mi tío.
Nunca olvidaré que has sido, no mi mejor amigo, el único amigo. Eres la excusa de mi vida. Atestiguaros por ella. Adiós, sé feliz, y si alguna vez hablas a tu hijo de mí, sea para que a mí no se parezca. Hacia mediodía comenzó a llover. Domingo se retiró a su gabinete y yo le seguí.
Los muchachos lo siguieron, y entonces pasó una cosa extraordinaria, una cosa realmente extraordinaria... Viéronle alejarse por los corredores con la punta del pañuelo blanco asomando indiscretamente por el bolsillo de los faldones del jaquet... Aquel trapo cómico hacía pensar que se hubiese subido apresurado los pantalones en algún gabinete higiénico, dejando fuera una punta de las faldas de la camisa... El trapo blanco se movía conforme caminaba, como una cola sainetesca... ¡Y nadie, ni Perico Sosa, nadie se rió!
Como no era noche de tertulia, había en ella muy poca gente; y yo, sin pararme a considerar si faltaba o no a «las conveniencias», y atenta sólo a lo que me interesaba, le conduje al gabinete mismo en que el banquero «se me había declarado»; elegí un sitio en él donde pudiéramos hablar sin servir de espectáculo a la gente del saloncillo; senteme allí, y roguele a él, con una mirada y un golpecito con la mano en el sillón inmediato, que se sentara también.
El escenario tenía una puerta al foro que daba al gabinete de la casa; por la puerta de escape de la alcoba habían de salir los artistas a vertirse en las habitaciones que se les había destinado.
Palabra del Dia
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