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Actualizado: 17 de julio de 2025
En esto oyó que se hablaba recio en el despacho de su padre. Entreabrió la puerta de su gabinete y escuchó.
Antes estaba el tresillo cerca de los billares, pero el ruido de las bolas y los tacos molestaba a los tresillistas que se fueron al gabinete rojo, donde estaba entonces el de lectura. El gabinete de lectura se fue cerca de los billares.
Los dos jóvenes siguieron á la duquesa. Esta llevaba asida de la mano á doña Clara. Cuando estuvieron solos, en un reducido y bellísimo gabinete, la duquesa no pudo contenerse; se arrojó entre los brazos de don Juan, le besó, lloró, rió y por último cayó desvanecida sobre el estrado. ¡Agua! ¡agua! ¡Clara mía! exclamó don Juan ¡mi pobre madre!...
De esta suerte entró en el gabinete donde estaba reunida la familia del opulento banquero, balanceando la cabeza como si no pudiese con ella a causa del número incalculable de pensamientos que guardaba dentro, de los modales elegantes a los modales groseros no hay más que un paso, como de lo sublime a lo ridículo.
De pronto se sintió poseído de una comezón irresistible; recogió de una zarpada el funesto papel; y estrujándole con los dedos temblones, salió de su gabinete a todo andar en busca de Nieves que estaba en el saloncillo.
No dijo, pues, don Quintín ninguna majadería cuando admitió la posibilidad de que aquellos primores de que se componía el gabinete pasaran, andando, y tal vez volando el tiempo, a manos de Carola, quien se alegró tanto con esta esperanza que siguió largo rato acariciándola, y aun ideando traza con que anticiparla.
Sale del gabinete, atraviesa el patio, cruza el umbral, camina á marchas dobles por la calle, y como alma que lleva el diablo, entra en Batiñoles.
Agricultura, artes, comercio, ciencia, política, ideas populares, religion, usos, costumbres, carácter, todo lo ha observado de cerca el afortunado viajero; en su libro se halla la estadística universal del pais; creedle sobre su palabra y podréis ahorraros el trabajo de salir de vuestro gabinete, sin que ignoreis los mas pequeños y delicados pormenores.
Los poetas que gozaban de una posición desahogada, muy particularmente, pasaron gran parte del día mirando caer los copos al través de los cristales de su gabinete, y meditando lindos e ingeniosos símiles de esos que hacen gritar al público en el teatro «¡bravo, bravo!» u obligan a exclamar cuando se leen en un tomo de versos: «¡qué talento tiene este joven!»
»Yo iré a buscarte dijo Carlos. »No, voy a hacer que dispongan el coche, y vendré yo mismo por ti... Esto es más seguro. »Ambos salieron del gabinete; Teobaldo se ausentó acto continuo, y yo quedé sola con Carlos. »La conversación que acababa de oír, aunque demasiado vaga para mí, me había hecho conocer, no el amor de Carlos, pues ya lo conocía con exceso, pero sí el origen de su fortuna.
Palabra del Dia
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