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Actualizado: 15 de julio de 2025
La casa fue desde entonces a modo de un santuario, pasando por el patio centenares de personas que deseaban saludar a Gallardo, «el primer hombre del mundo», sentado en un sillón de junco, la pierna en un taburete, y fumando tranquilamente, como si su cuerpo no estuviese quebrantado por una herida atroz.
Cuando volvió el criado con una gran bandeja llena de platos y coberteras brillantes, la atmósfera del despacho era más densa. El millonario seguía fumando, inmóvil en su sillón, con la vista vaga y como perdida en un punto lejano, muy lejano. Apenas tocó los platos que el criado colocaba sobre una mesa.
Bastaba ver la actitud de las damas que estaban en el jardín de invierno: fingían no reparar en ella, pero se adivinaba en sus ojos una impresión de escándalo... Todo esto pareció decirlo la madre con su mirada y su breve llamamiento. Pero Nélida se limitó a contestar fríamente: «¡Mamá!», y encogiéndose de hombros siguió fumando.
Los chiquillos, tendidos sobre el vientre, jugaban a la carteta a la sombra de las embarcaciones; y los viejos, fumando sus pipas de barro traídas de Argel, hablaban de la pesca o de las magníficas expediciones que se hacían en otros tiempos a Gibraltar y a la costa de África, antes que al demonio se le ocurriera inventar eso que llaman la Tabacalera.
También me manifestó la noche antes de irse, aquí en esta pieza, donde estábamos sentados fumando, que el secreto estaba archivado en forma de registro cifrado, pero de una naturaleza tal, que ninguno que lo descubriera podría leerlo sin poseer la clave de la cifra. ¡Entonces fue aquí, en estas cartas, donde le dejó estampado el secreto! grité, interrumpiéndolo. Justamente.
Milord, esa señora baja del coche en el zaguán, atraviesa el vestíbulo, sube por esa escalera y se mete en su habitación, que está en el primer piso... No tardará en llegar... Salí á la acera y me levanté el cuello del gabán. Hacía frío aquella noche, aunque estábamos en abril, y, fumando y paseando, me decidí á esperar.
La mujer y las hijas del arruinado labrador fuéronse con unas vecinas á pasar la noche en sus barracas. El tío Barret se quedó allí, bajo la vigilancia de Pimentó. Permanecieron los dos hombres hasta las diez sentados en sus silletas de esparto, á la luz del candil, fumando cigarro tras cigarro. El pobre viejo parecía loco.
Entró en la sala y vio luz en el gabinete. Allí estaba sin duda. Pasó adelante y le halló sentado en una butaca fumando. Desde la primera mirada comprendió Isidora que la gresca sería fenomenal. Isidora afectó indiferencia, dejándose caer en el sillón con la pesadez propia de su cansancio.
En Tien-Tsin, me separé de aquellos santos camaradas. Y después de dos semanas, en un día de sol, me paseaba fumando un cigarro y mirando las luchas de perros en el puerto de Hong-Kong, sobre la cubierta del «Java»; que iba a levar anclas con rumbo a Europa. Fué un momento conmovedor para mí, aquel en que a las primeras vueltas de la hélice, vi alejarme de la tierra de China.
Hay salvaje que se estraga fumando sin gana cigarro sobre cigarro, sólo por el gusto de ahumar la boquilla antes que alguno de sus colegas. Y si no es así, por lo menos, nadie se cuida de saborear el tabaco. Lo importante es soplar el humo sobre la espuma de mar y que vaya tomando color por igual.
Palabra del Dia
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