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Por consiguiente, permanecía solo la mayor parte del día, teniendo a Glave para que cuidase y supliese mis necesidades. De cuando en cuando venían a verme algunos amigos, conversando y fumando un rato conmigo. Así pasó el mes de marzo, siendo mi convalecencia mucho más lenta de lo que Walker había pensado al principio.

Trataba como camaradas á los oficiales de la Guardia, fumando y bebiendo lo mismo que ellos y entrometiéndose, en sus ejercicios de equitación; pero de pronto se encerraba en su palacio semanas enteras, para arrodillarse, ante los santos iconos en una crisis de misticismo, pidiendo á gritos el perdón de sus pecados.

Algunos hombres de los más cachazudos, «hombres de su casa», que apenas habían tomado parte en la cruzada contra los forasteros, formaban corro con Batiste en la puerta de la barraca: unos en cuclillas, á lo moro, otros sentados en silletas de esparto, fumando y hablando lentamente del tiempo y las cosechas.

Había que verle un domingo por la tarde, fumando una tagarnina de á cuarto en honor á la festividad, paseando ante la barraca y mirando sus campos amorosamente. Dos días antes había plantado en ellos maíz y judías, como muchos de sus vecinos, pues á la tierra no hay que dejarla descansar. Apenas si podía él llevar adelante los dos campos que había roturado y cultivado.

El oficinista, al que apodaba «tinterillo» el estanciero, siguió fumando con la calma de un oriental que considera conveniente excitar la curiosidad de su interlocutor antes de emprender la conversación. Usted, don Carlos dijo al fin , fué en su juventud hombre de armas. Me han contado que cuando vivía en Buenos Aires tuvo varios duelos por asuntos de hembras.

Y los pobres peones y picadores, que habitaban una casucha de huéspedes tenida por la viuda de un banderillero, apretaban su existencia con toda clase de economías, fumando poco y quedándose a la puerta de los cafés. Pensaban en sus familias con una avaricia de hombres que a cambio de su sangre sólo recibían un puñado de duros.

Allí se estuvo, sentado en cuclillas, aspirando los vahos olorosos del sahumerio, y fumando pipa tras pipa, hasta que llegó la hora, y lo primerito que vio fue un par de perros, más grandes que el cameio, brancos, con ojos de fuego.

Viendo á Jacobo vestido con un traje de franela blanca y una elegante gorra, tendido en un rocking-chair y fumando un buen cigarro, después de almorzar en compañía de sus dos amigos, nadie hubiera reconocido en él al miserable penado que arrastraba el día antes su cadena en el presidio de la isla Nou.

De las tres ventanas se divisan igualmente tiendas de especieros, de fabricantes de garruchas, vendedores de bebidas malas, y de velas para embarcaciones. Delante de las puertas de dichas tiendas generalmente se ven grupos de viejos marineros y de otros frecuentadores de los muelles, personajes comunes á todos los puertos de mar, charlando, riendo y fumando.

Basilio que se había propuesto reducir paulatinamente la dosis ó al menos no dejarle abusar fumando más de lo acostumbrado, le encontraba, al volver del hospital ó de alguna visita, durmiendo el pesado sueño del opio, babeando y pálido como un cadáver.