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Actualizado: 15 de julio de 2025
A mitad del pasaje descubierto, al extremo de la galería del Barómetro, Alfredo L'Ambert esperaba fumando un cigarrillo. Diez pasos más allá, un hombrecillo redondo, con un fez escarlata, aspiraba a intervalos iguales el humo de un cigarrillo de tabaco turco, del grueso de un dedo.
Suspiraba y le corrían las lágrimas por la cara abajo. Había llegado ya a tal punto su azoramiento, que no daba pie con bola. Entre tanto los dos curas estaban en la sala, fumando cigarrillos, las canalejas sobre sillas, groseramente espatarrados ambos en los dos sillones principales, y hablando sin cesar del mismo tema de las oposiciones de Sigüenza.
¡Bah! no era por Blanca por quien era de temer su influencia murmuró el notario con expresión de duda echando una mirada al tío y al sobrino que estaban fumando apoyados en la balaustrada. ¿A quién se lo cuenta usted, mi querido tabelión? Eso es lo que hace ser mi elección tan delicada.
Encontró en los «Palace» mujeres de ademanes soldadescos y manos groseras, fumando á todas horas, con los pies en el respaldo de una silla, mostrando la superficie posterior de sus muslos en alto y el triángulo blanco de sus enaguas tendidas sobre el asiento.
A la hora de los postres y del café, habiéndose retirado Nucha, que por el ansia de su niña se recogía temprano, subieron de la cocina Primitivo y el ratón, y los futuros compañeros de glorias y fatigas comenzaron a fraternizar fumando y trincando a competencia.
El mismo señor humilde y obsequioso con el que se había tropezado repetidas veces estaba ahora medio tendido en un diván y fumando, como un trabajador que al fin puede descansar unos minutos.
Esas visitas duran una semana, que Federico y yo pasamos siempre juntos y durante las cuales me refiere todo lo que ocurre en Estrelsau; por las noches, mientras paseamos fumando, hablamos de Sarto, del Rey y con frecuencia de Ruperto Henzar; y ya tarde, a lo último, hablamos también de Flavia.
Pero allá más lejos una columnita de humo blanco se elevaba hacia el cielo. Sin darse cuenta marchó hacia ella, pero cerca ya se detuvo vacilante. En torno de una hoguera donde ardían hojas y ramas secas se hallaban de pie y fumando algunos pastores y mozos de labranza.
En el cuadrante un clérigo melancólico, pensativo, fumando, como un árabe delante de su tienda; en el corredor baja de las Casas Municipales un policía haraposo, con el fusil al hombro, paseándose; y allá por la Calle Real, centro del miserable comercio villaverdino, una recua, un pordiosero, y el doctor Sarmiento, muy de prisa, echado el sombrero hacia la nuca; figura invariable, tipo eterno del médico de las poblaciones cortas.
El resto de la noche lo pasamos Antonio y yo sin proferir palabra, en sendas butacas de su alcoba, fumando cigarrillos y embargadas nuestras mentes con mil conjeturas, hasta que por la abierta ventana vimos desvanecerse las estrellas y dibujarse en el cielo la claridad de la ansiada aurora.
Palabra del Dia
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