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Actualizado: 3 de junio de 2025
Toda la noche, o sea hasta que los fuegos terminaron, que fue ya cerca de la una, madre e hija permanecieron en la plaza, y hubieran estado sin otro acompañante que don Paco, si don Pascual, el maestro de escuela, no se hubiera unido también a ellas. Era don Pascual un solterón de más de sesenta años, delicado de salud, flaco y pequeño de cuerpo, pero inteligente y dulce de carácter.
Al poco tiempo, aparecieron varios hombres; sin duda, ninguno quería acercarse y llevaban la idea de rodear a los fugitivos y de cogerlos entre dos fuegos. Cuatro hombres fueron a campo traviesa por entre maizales, por un lado de la carretera, mientras otros cuatro avanzaban por otro lado, entre manzanos. Si Bautista no viene pronto con gente, creo que nos vamos a ver apurados exclamó Martín.
Me puse de codos en el alféizar, y allí pasé la noche, solo con mi dicha y mis recuerdos. El constelado firmamento hacía gala de sus pálidos fuegos, la tierra dormía silenciosa, y de cuando en cuando se oía a lo lejos el ladrido de un perro o el canto de un gallo.
Cuando cruzando el Rio de la Plata Veo flamear de Rosas el color, De alerta el grito doy á mis marinos Empuñando la barra del timon. Y cuando al frente aparecen Grito á mis valientes ¡fuego! Por no tomar esas presas A las llamas las entrego. Que allí mi Libertad tan solo impera: Bajo sus fuegos rinden su bandera.
3 o por su hermana virgen, a él cercana, la cual no haya tenido marido, por ella se contaminará. 5 No harán calva en su cabeza, ni raerán la punta de su barba, ni en su carne harán rasguños. 6 Santos serán a su Dios, y no ensuciarán el nombre de su Dios; porque los fuegos del SE
Sus grandes ojeras azuladas se marcaban ahora de un modo chocante. Una arruga profunda, signo de resolución inquebrantable, le surcaba la frente. Llamó a la doncella y le manifestó que quería salir a ver los fuegos. Todo lo que ésta hizo por disuadirla, representándole el grave daño que podía ocasionarle el frío y la humedad de la noche, fue inútil.
El peso de los preparativos había caído sobre los hombros del P. Gil, quien, ayudado de las personas de buena voluntad que se prestaron a ello, organizó no sólo la fiesta religiosa, sino también alguna parte de la profana, la iluminación, los fuegos y la ceremonia de la primera piedra. En aquellos últimos días no había tenido tiempo a pensar. Había sido menos desgraciado.
Verlas la Pepa y descargar su boca cuanta palabrota y desvergüenza llevaba almacenadas, fué instantáneo; hecha una fiera, las guedejas caídas sobro los ojos, increpaba a todos con el puño cerrado, maldiciendo del difunto, a quien condenaba a los fuegos del infierno.
Caía la noche. Los fuegos de la isla Nou se encendieron poco á poco en la bruma transparente que se extendía por el mar, y, en lontananza, se dibujó la forma del presidio, de los campos y de los almacenes, contorneada por los faroles que los alumbraban.
Sí, señores, sí, abonados del café Tortoni y de la Opera... sí, un verdadero lago y un verdadero volcán: ahí tienen ustedes todavía el cráter con su forma dilatada y una abertura circular de media legua; vean ustedes las capas de lava, y en el sitio donde hervían el azufre y el salitre, contemplen ahora un lago límpido que se eleva hasta la mitad de ese gran embudo, mientras la otra mitad, cubierta de árboles y musgo, forma una verde muralla de ciento cincuenta pies de altura que baja casi a pico hasta los bordes del lago misterioso, cuyo fondo no se ha encontrado, y sobre el cual nadie se atrevería a lanzarse, porque el remolino de las aguas haría zozobrar en seguida la barca, y el atrevido navegante, precipitado al fondo del abismo, en los fuegos subterráneos, hubiera comenzado como La Pérouse y concluido como Empédocles.
Palabra del Dia
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