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El mismo Duguesclín observaba con evidente satisfacción el interés que en ellos despertaban la conversación amena de su esposa, sus puras y elevadas ideas y la ilustración nada común de que daba clara muestra sin la menor pesadez ni afectación. Perdonad, dijo por fin el guerrero francés. Tan noble y grata compañía merece digno albergue y este ventorrillo no puede ofrecéroslo para pasar la noche.

Ni sabía Sol por quién le preguntaba. No: Sol no había visto a nadie. Iba muy contenta. La directora la había tratado con mucho cariño. , Pedro Real había estado; pero no a saludarla: nadie había subido a saludarla. La habían mirado mucho. Decían que el cónsul francés había dicho una cosa muy bonita de ella. Pero al salir, no, no vio a nadie.

, ya sabe... el que servía el vino francés a la mula. ¡Ah! ... ... ya recuerdo... ¡Guapo mozo, ese Tistet Védène!... Y ahora, ¿qué pretendes? ¡Oh!

Versaba sobre la milagrosa aparición de la Virgen en la gruta de Lourdes a los pastorcillos Máximo y Bernardeta; estaba en francés y adornado con grabados.

El americanismo, el enemigo de los europeos condenado a gritar en francés, en inglés y en castellano: ¡Mueran los extranjeros! ¡Mueran los unitarios! ¡Eh! ¡Eres , miserable, el que te sientes morir, y maldices en los idiomas de esos extranjeros, y por la Prensa, que es el arma de esos unitarios! ¿Qué Estado americano se ha visto condenado, como Rosas, a redactar en tres idiomas sus disculpas oficiales para responder a la Prensa de todas las naciones, americanas y europeas a un tiempo?

Pase los Andes cuanto antes; al otro lado está Chile, y allí puede usted esperar... En el mundo todo se arregla, bien ó mal; pero todo se arregla. El francés habló con desaliento. No tenía dinero; lo había gastado todo en aquella fiesta, que ahora le parecía un disparate. ¿Cómo vivir en Chile, donde no conocía á nadie?...

Pues no hay más que nombrar á Gofredo, Calvino, el Payo, Nelson, que antes de caer para no levantarse más se aferró á un gran señor francés y le cortó la cabeza á cercén. Mejores arqueros no los he visto en mi pícara vida. ¡Pero la batalla, Simón, la batalla! gritaron muchos. ¡Cuenta, cuenta! ¡Á callar se ha dicho, moscones! berreó el sargento. "¡Cuenta, Simón!"

El Italiano preguntó a don Cleofás que de adonde venía, y él le respondió que de Madrid. Repitió el Italiano: ¿Qué nuevas hay de la guerra, señor Español? Don Cleofás le dijo: Agora todo es guerra. Y ¿contra quién dicen? replicó el Francés. Contra todo el mundo le respondió don Cleofás , para ponerlo todo él a los pies del Rey de España.

De esa manera, ocultos los vascongados detrás de las malezas en las pendientes de las montañas de Altabiscar, esperaban al ejército francés del paladín Roldán, que debía penetrar en el estrecho paso de Roncesvalles.

El famoso testamento de Carlos II, llamando al trono español un Príncipe francés, fué también la sentencia de muerte del teatro nacional español, primero por su consecuencia inmediata, que fué la guerra de sucesión de doce años, obstáculo inmediato y externo, que se opuso á la prosperidad del teatro, y luego, y por efecto del reinado de la dinastía francesa, por una inundación de ideas nuevas, completamente extrañas al carácter español, y, como su acompañamiento, los absurdos y prosáicos preceptos literarios de la escuela de Boileau, que se entronizaron aquende los Pirineos.