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Actualizado: 2 de junio de 2025


Reconocía que era hermoso de cuerpo, noble de alma, y culto y rico de inteligencia; que levantaba muchos codos por encima de los galantes frívolos, de los mozos simples y de los viejos verdes que más abundaban a su alrededor; que sentía una lícita y honda complacencia en verse objeto de sus codiciadas atenciones; que le ola con gusto y que se apartaba de él con cierta pena; que después de cada entrevista le duraba su recuerdo largas horas; que se preparaba para la inmediata con mayores precauciones que las de costumbre en parecidos casos, y, por último, que haría cualquier sacrificio por vencerle en el duelo medio empeñado entre ambos, es decir, por arrancarle el secreto de sus intenciones, la primera gota..., vamos, la señal de que el hielo se fundía al calor del... interés que ella le inspiraba; pero ¿no puede sentirse y desearse e intentarse todo esto sin amor? ¿No bastaba el móvil de la curiosidad para que lo sintiera, lo deseara y lo intentara una mujer como ella? ¡Oh!, el amor presenta síntomas bien diferentes de éstos; se nota en algo más profundo y más sensible que la memoria y el discurso; se siente en lo más vivo del corazón, y el de ella no era, hasta la fecha, más que una víscera que funcionaba con la inalterable regularidad de un cronómetro.

Se desdoblaba su interior, surgiendo junto á la mujer de gustos frívolos ansiosa de comodidades y grandezas, otra que era la de las temibles energías, la de las extremas resoluciones en las horas difíciles, la que no vacilaba ante la crueldad. Y esta mujer, al despertarse, aconsejaba imperiosamente á su compañera: «No dejes que se marche. El destino te lo envía

La viuda quería a aquellas «reliquias» como a las niñas de sus ojos y por nada del mundo las hubiera reemplazado con objetos menos frívolos y más necesarios. En aquel bazar cosmopolita, que lo mismo parecía una tienda de prendería que la de un guerrero apache, la excomandanta se agitaba y se revolvía embrollándolo todo, mandando sin ton ni son y aumentando la confusión y el desorden.

A fuerza de ser traídas y llevadas por su mamá de salón en salón, de teatro en teatro, de fiesta en fiesta, parecían fatigadas, pero no hartas de frívolos pasatiempos y goces.

Y por entre estos grupos de juventud que se consume en la impotencia, destinada tal vez a morir de pie en la Galería, pasa con menudo y ligero paso el otro rebaño de la quimera; las muchachas que con el spartito bajo el brazo van a casa de los maestros; inglesitas rubias y flacuchas que quieren ser tiples ligeras; rusas regordetas y peliblancas que saludan con ademán de soprano dramática; españolas de atrevido mirar y valiente garbo que se preparan a ser sobre las tablas la cigarrera de Bizet, pájaros frívolos y sonoros que tienen el nido a muchos centenares de leguas y levantaron el vuelo deslumbrados por los espejuelos de la gloria.

No contentos con lo mucho que habian disipado, buscaban nuevos recursos para fomentar su natural propension á los gustos frívolos, cuando no era á los vicios ruinosos.

Mientras no salió de manos de vagabundos mimos y de frívolos clérigos, que los imitaron, no abandonó su carácter licencioso, ni dejó de contribuir á la profanación de fin tan santo, por cuya razón obligó á menudo á la Iglesia á dirigir contra él sus censuras.

La señora de Laroque, que ha vivido en París antes que la salud de su suegro la hubiese condenado á un eterno veraneo, conserva fielmente en su retiro el gusto por los intereses elevados, elegantes ó frívolos, de que el arroyo de la calle de Bac era el espejo, en tiempos del turbante de la señora Stäel.

De este modo los más frívolos sucesos, que no parecen tener fuerza bastante para alterar con su débil paso la serenidad de la vida, la conmueven hondamente de súbito y cuando menos se espera. Poco después entró en la sala el memorable D. Diego, conde de Rumblar y de Peña Horadada, y con gran sorpresa mía, ni saludó a la condesa, ni esta tuvo a bien dirigirle mirada alguna.

Con particular interés se leerán los sainetes en que las pesadas tragedias, á la manera francesa, con su glacial retórica, sus afectos convencionales y sus sucesos sangrientos por frívolos motivos, se ponen en ridículo en ingeniosas parodias. Tales son El marido sofocado, El muñuelo, La Zara y Manolo.

Palabra del Dia

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