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Quito la yema, ¿sabes?... y pongo esta. La hice anoche. Es estricnina, a la dosis que se echa a los perros, bien neutralizado el sabor con regaliz, y forrada de azúcar. Se la come y revienta como un triquitraque». Padilla se partía de risa, y Maxi lo tomaba a broma. «Hombre, matarle no dijo Padilla . Si la hubieras hecho de jalapa, escamonea o cosa así...».

Un pantalon estrecho, de paño azul con franjas amarillas, que llega hasta las rodillas y se ajusta bajo dos grandes botas charoladas; un chaleco de paño amarillo ó rojo, sobre el cual va una chupa de cola microscópica, forrada con anchas solapas y con puños de color rojo y enormes botones de metal reluciente; un sombrerito de charol ó fieltro, de copa larga, estrecha y puntiaguda y con adornos; un larguísimo foete, y un clarin terciado al costado, componen el vestido y los arreos del príncipe de la diligencia suiza.

Decían malas lenguas que al hacerse la ropa juntaba los pedazos y se los cosía en la misma piel; también decían que comía alcanfor para conservarse, y que estaba, forrada en cabritilla. Boberías maliciosas son estas de que los historiadores serios no debemos hacer caso.

Uno de los franceses, que estaba enfrente de la puerta, vio que al subir la escalera el español echó sobre los hombros del alemán su hermosa capa forrada de pieles; que el alemán hizo alguna resistencia, y que el otro se esquivó y se metió en su camarote. ¿Habéis entendido lo que decían? le preguntó su compatriota.

El torero se puso unos guantes blancos y agarró el alto bastón, signo de dignidad en la cofradía: una vara forrada de terciopelo verde, con contera de plata y rematada por un óvalo del mismo metal. Eran más de las doce cuando el elegante encapuchado se encaminó a San Gil, por las calles llenas de gentío.

El último gigante que llegó lo vi cuando estaba todavía en mi infancia; el único que hemos conocido después del triunfo de la Verdadera Revolución. Era un hombre de manos callosas y piel con escamas de suciedad. Babia un líquido blanco y de hedor insufrible, guardado en una gran botella forrada de juncos. Este líquido ardiente parecía volverle loco.

Era una habitación que parecía forrada de espejos, pues todo estaba bruñido allí, desde el pavimento de madera hasta los hierros de los balcones. Lo que no estaba barnizado por mano del ebanista lo estaba a fuerza de trapo. La gran manía de Marta, la que le proporcionaba más alegría y más pesadumbre, era el lustre.

La presencia del Provisor interrumpió el juego. Los familiares se pusieron de pie y uno de ellos hermoso, rubio, de movimientos suaves y ondulantes, de pulquérrimo traje talar, perfumado, abrió una mampara forrada de damasco color cereza. De lo mismo estaba tapizada toda la estancia que se vio entonces y que atravesó De Pas sin detenerse. ¿Dónde estará, don Anacleto?

Si Cordero, en vez de retroceder hacia la Merced y calle de Carretas con ánimo de encontrarle, hubiera seguido hacia San Millán y la calle de los Estudios, le habría de seguro hallado. Estaba frente a una puerta de la citada calle, con la vista fija en un hombre y en un caldero, en una mesilla forrada de latón, en un enorme perol de masa y en un gancho.

Luego, de una caja preciosa forrada de cretona por dentro y por fuera... una tela que parecía rasete... sacaron tres manteletas. Una de ellas le caía maravillosamente a Su Majestad; las otras dos no. «Ponte esa, Rosaliíta... ¿Qué tal? Ni pintada». En efecto, ni con medida estuviera mejor. «¡Qué bien, qué bien!... A ver, vuélvete... ¿Sabes que me da no qué de quitártela?