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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Roto el primer dique ¿quién contiene á esa juventud? ¡Con nuestra caida no haremos más que anunciar la de ustedes! Despues de nosotros el gobierno. ¡Puñales, eso no! gritó el P. Camorra; veremos antes ¡quien tiene más puños! Entonces habló el P. Fernandez que durante la discusion solo se había contentado con sonreir. Todos se pusieron atentos porque sabían que era una buena cabeza.

Asegurado esto, voy a declarar y a explicar aquí cuál fue la conducta del marqués en sus relaciones con María Antonia Fernández, y cómo esta conducta, si bien en ciertos puntos digna de censura, sólo en un momento de vergonzoso extravío no dejó de conciliarse con el respeto y con el verdadero y santo amor que consagró a su mujer la marquesa.

La tormenta estaba encima. Son ustedes muy maliciosas. Es cierto que estuve en la casa del señor Fernández..., ¿y qué? ¡Vaya! ¡Vaya! Confiesa usted... exclamó Luisa, abanicándose. Nada tiene de extraño. Ya saben ustedes que los negocios.... Fuí a recoger una firma. ¡Puede! Si nosotras estábamos allí.... Fuimos a pagar la visita. Ya nos daba vergüenza ver a Gabriela.

Y cuando Fernández padece del reuma, le ve D. Pedro Nolasco, que es un gran doctor. A él debes la vida, chiquillo, y él te sacó del costado la bala; que si no a estas horas estarías en el otro mundo.

De ninguna manera; no quiero que te rías de . Aunque fueses feo, siempre quedarías como hombre agradable e ingenioso. Muchas gracias... pero no trago el anzuelo. Dime entonces tu nombre. ¿Para qué?... no me conoces... me llamo Juan Fernández. Eso no es verdad. Ambos quedaron silenciosos unos instantes.

En su ciudad natal comenzó á trabajar Luís de Vargas, llamando bien pronto la atención sus obras ejecutadas al óleo y al fresco, que desde entonces tuvieron grandes apasionados é imitadores. A Luís de Vargas acudieron no pocos jóvenes deseosos de recibir sus lecciones, teniendo discípulos tan aventajados como Diego de Concha, Lucas Valdivieso, Francisco Venegas y Luís Fernández.

En un rincón estuvo la pequeña capilla literaria cuyo pontífice fué el magnífico don Manuel Fernández y González. Allí escribió El cocinero de su majestad, y allí acudió la última noche antes de emprender el gran viaje... Las dos amplias salas de este viejo café de la Luna tienen el mismo aspecto de aquellos días.

Paseándose de un estremo á otro y conversando animadamente aunque en voz baja se veía á don Custodio, á un alto empleado, y á un fraile que llevaba la cabeza baja con aire de pensativo ó disgustado; llamábase el P. Fernandez.

Lo que padeció en este viaje lo referiré con las mismas palabras con que él, habiendo vuelto de los Zamucos, se lo escribió en carta de 27 de Octubre de aquel año de 1718 al P. Visitador de los Chiquitos, Juan Patricio Fernández, desde el pueblo de San Juan.

Terminado el trabajo, a eso de las cinco, nada de tertulia en la botica, nada de oir tocar a la señorita Fernández. A mi casita, a mi pobre casita, que me parecía un alcázar. Si acaso, y eso de cuando en cuando, a visitar al dómine o a charlar con Andrés. Los domingos, de vuelta de misa, a conversar con las tías y con Angelina, a leer, a escribir.... Por la tarde al patio.

Palabra del Dia

ancona

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