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Tónica, con dulce coquetería, extendía sus manos, dejándoselas besar. Si alguna vez, al saltar un ribazo, quedaba al descubierto algo de su blanca media, veía cómo Juanito volvía a otro lado su mirada con cierta expresión de sorpresa y disgusto. La quería bien: estaba en el período de la adoración extática. Tónica era para él como esas vírgenes de cabeza hermosísima, que bajo la deslumbrante vestidura sólo tienen para sostenerse tres feos palitroques.

Los bufones eran entonces algo como los periódicos, y los reyes no los tenían sólo en sus palacios para que los hicieran reír, sino para que averiguasen lo que sucedía, y les dijesen a los caballeros las verdades, que los bufones decían como en chiste, a los caballeros y a los mismos reyes. Los bufones eran casi siempre hombres muy feos, o flacos, o gordos, o jorobados.

Mataron muchos los marineros por su cuero, que la carne es hedionda, y casi toda grasa sin magro. El Padre Cardiel tuvo la curiosidad de medir algunos, y eran los mayores como vacas de tres años: la figura es de los demas lobos marinos; cabeza y pescuezo como de terneros, alones por manos, y por pies dos como manoplas, con cinco feos dedos, los tres con uñas.

No le desagradaban los cuadros; tanto más, cuanto que los comprendía, a diferencia de lo que pasaba con algunos objetos artísticos, que se le antojaban asaz de feos y extravagantes.

Guiábanle dos feos demonios vestidos del mesmo bocací, con tan feos rostros, que Sancho, habiéndolos visto una vez, cerró los ojos por no verlos otra. Llegando, pues, el carro a igualar al puesto, se levantó de su alto asiento el viejo venerable, y, puesto en pie, dando una gran voz, dijo: -Yo soy el sabio Lirgandeo. Y pasó el carro adelante, sin hablar más palabra.

El primitivo color de las paredes desaparecía bajo una especie de moho verdoso producto de la humedad; el piso en vez de ser unido, estaba formado por una cantidad de baches y montículos que invitaban a los fieles a romperse la nuca y a aprovechar de su presencia en un sitio santificado, para subir más pronto al cielo; el altar estaba adornado con figuras de ángeles, pintadas por el carretero de la aldea quien se las echaba de artistas; dos o tres santos se contemplaban con sorpresa, admirados de verse tan feos.

Y sin hacer caso de las observaciones del doctor, la Nela, firme en su puesto como lo estaba en su tema, pronunció solemnemente esta sentencia: No debe haber cosas feas.... Ninguna cosa fea debe vivir. Pues mira, hijita, si todos los feos tuviéramos la obligación de quitarnos de en medio, ¡cuán despoblado se quedaría el mundo! ¡Pobre y desgraciada tontuela! Esa idea que me has dicho no es nueva.

Los rifeños le habían parecido muy feos en aquella corta entrevista, y tan mal educados, que imposible se hacía a toda persona decente tener trato alguno con ellos. Pidió entonces su retiro, y entró en Madrid triunfante, como Napoleón en París de vuelta de la campaña de Egipto, precedido de la fama de sus hazañas en el combate terro-naval de Cabo Negro.

Hoy día, en general, riqueza es sinónimo de nulidad moral, de egoísmo y de mediocridad perfecta; a lo más significa refinada astucia; en suma, una cualidad criminal punibleSi tan feos rasgos son exactos, si es así la sociedad presente, o bien no vamos por el camino del progreso, o bien hemos caído, con el carro que nos conduce, en un barranco o atolladero de todos los diablos.

El Bósforo de Tracia, el risueño golfo de Nápoles y la dilatada extensión del Tajo frente de Lisboa, son mezquinos, feos y pobres, comparados con la gran bahía de Río sembrada de islas fertilísimas siempre floridas y verdes, y cuyos árboles llegan y se inclinan hasta el mar y bañan los frondosos ramos en las ondas azules.