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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Usted no debe estar aquí; usted tiene el corazón más bondadoso que puede existir. ¿Para qué, sino para la sociedad, puede haber creado Dios un conjunto de gracias y méritos semejante? ¡A cuántos podría usted hacer felices! ¿No ha pensado en esto? Piense usted en esto. Clara no pareció hacer caso de la galantería.
Un mes después, la duquesa de Gandía recibió por un correo expreso una larga carta del duque de Osuna. El poderoso grande estaba completamente satisfecho de su hijo y de su esposa, que se amaban con toda su alma y eran felices. A la carta de Osuna acompañaban una de don Juan y otra de doña Clara. Aquellas cartas respiraban felicidad.
Una casita a la orilla del mar, bañada a todas horas por la brisa, un jardinillo que cuidar, un pedazo de pan que llevarnos a la boca y salud para correr y saltar por los campos. ¡Era lo bastante para ser felices! Entraron en pleno idilio.
El haber sido feliz en amores es y ha sido siempre para el hombre el medio más eficaz de seducción. Y esto desde los tiempos heroicos y primitivos hasta nuestros días. Cuando las citadas conveniencias sociales no lo vedaban, los galanes empleaban siempre, como recurso para rendir y cautivar corazones, el recuento de sus felices amoríos ya pasados.
Con un poco de aquel dinero que yo derrochaba en otro tiempo hubiera sido fácil aligerar un tanto el peso de su miseria y hacerlos felices. Resolví entonces, si alguna vez salía de mi prisión, consagrarme á los desgraciados en recuerdo de lo que yo había sufrido.
Ya en tu cielo brillando el claro y nuevo día, respirando venturas, amor y libertad, de los que caído hubieren en la noche sombría no te olvides, que aun bajo la humilde tumba fría se sentirán felices por tu felicidad.
Me casé anoche con una dama principal. Dios os haga muy felices, mis señores. Pero como veis, este vestidillo de viaje no es á propósito para que yo me presente al rey en medio de la corte con mi esposa. De ningún modo, señor. Ahora bien: ¿qué ropas, qué galas, en una palabra, dignas de un caballero del hábito de Santiago, puedo yo procurarme con ese dinero?
Las estrellas desde el cielo nos hacían guiños, como si nos invitasen a gozar apresuradamente de aquellos momentos felices, que no habían de volver. A lo lejos sólo se veían, como fuegos fatuos, los faroles de los serenos. Llegamos por fin a casa.
Las mujeres gordas habían constituido su pasión dominante desde los felices días de la adolescencia. Dios sólo sabe el peso de las que Osuna amó desde este tiempo hasta los sesenta y cuatro años que ahora tiene.
Aunque sea destrozando el corazón de otra... Qué importa... Es la lucha por la vida... Lucha horrible... Pero permitida. ¿Por qué, desgraciada?... Por el instinto de la dicha... ¿Es ésta, acaso, un monopolio de las jóvenes que tienen dote? ¿Somos tan felices?... Vuestra felicidad es insolente... ¡Ah! Francisca dije enternecida.
Palabra del Dia
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