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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Mirose en el espejo de un mesón, y desagradole en extremo el color de su nariz. A decir verdad, parecía un sabañón mal colocado. Consolose pensando que un buen fuego le devolvería su figura natural, y, en efecto, el calor se la descongestionó y rebajó su color durante algunos momentos.

No descuidaba ella por eso el gobierno de su casa, que estaba saltando de limpia, y todo muy en orden, a pesar de los siete chiquillos que tenía, el mayor de ocho años; pero como la casa era muy grande, a los cinco mayores, entregados a una mujer ya anciana y de toda confianza, los tenía en el extremo opuesto de aquel en que estaba ella, a fin de que no turbasen con sus chillidos y gritería, ya sus solitarias meditaciones, ya sus lecturas, ya sus interesantes coloquios con el padre Anselmo, con el cacique o con alguna persona de fuste que viniese a visitarla.

Para lo primero, basta conocer el encadenamiento de algunos hechos y proposiciones, cuyo conjunto forma el cuerpo de la ciencia; para lo segundo es preciso saber cómo se ha construido esa cadena que enlaza un extremo con otro; para lo primero bastan hombres que conozcan los libros, para lo segundo son necesarios hombres que conozcan las cosas.

Ahora no... ahora no... Quien no te conoce que te compre... Al extremo a que han llegado las cosas, me parece que no debo intervenir ya, ni tomar vela en ese entierro. Sería hasta indecoroso para . Resultaría... así como cierta complicidad en tus crímenes.

Ana vio al gran Constantino que abría. ¿Qué pasa? Don Fermín... ahí en la sala.... ¡Ah!... me alegro. Entró la Regenta y doña Petronila se fue hacia la cocina, al otro extremo de la casa. «Si llaman, que no estoy», dijo a la criada. Y pasó al oratorio que tenía cerca de su alcoba.

Pocas capitales de Europa parecían tan hermosas. Al frente, la enorme masa del Palacio Real, con sus pilastras salientes cortando las negras filas de ventanas. A un lado, la colina del Príncipe Pío, coronada de cuarteles; al extremo opuesto, la cúpula de San Francisco el Grande y el Seminario.

Pasado un rato, Manolo se alejó de nuevo cautelosamente, y, rodeando el grupo, fue a situarse en el extremo opuesto. Desde allí lanzó otros tres lamentos como los anteriores, y el mismo ladrido atronador pobló el espacio respondiendo a ellos. La muchedumbre se alborotó nuevamente, pero con mucho mayor estrépito. Todos hablaban a un tiempo y lanzaban furiosas exclamaciones. ¡Esto es horrible!

También a ella le cosquilleaba en el interior el deseo de hacer algunas confidencias; pero el respeto de su marido le ponía un freno. Por fin, tanto extremó Pez los panegíricos de ella, que la indiscreción se sobrepuso a la prudencia.

Apenas había aparecido, el toro se retiró al otro extremo de la arena para aprestarse a combatir al nuevo adversario. Gracias a esto, el hombre negro tuvo tiempo de hacer ejecutar algunas cabriolas a su caballo y de apostarse al pie del palco de la mujer. ¡¡¡Y tuvo el atrevimiento de mirar fijamente a aquella prometida del Señor!!!

Al llegar al extremo de la calle sentí la necesidad imperiosa de verla otra vez, y di la vuelta, no sin percibir cierta vergüenza en el fondo del corazón, pues ni mi edad, ni mi estado, me autorizaban semejantes informalidades; mucho menos tratándose de tal criaturita. Ya no estaba en el balcón.

Palabra del Dia

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